Saltillo|Monclova|Piedras Negras|Acuña|Carbonífera|TorreónEdición Impresa
Llama ONU-DH al Senado a garantizar libertad de expresión Abandonan tres cuerpos afuera de iglesia en Culiacán Turismo oscuro: el debate de las excursiones a Chernóbil, Auschwitz o Fukushima Asesinadas por buscar a sus hijos; la otra tragedia de las madres buscadoras en México VIDEO: Matan afuera de prisión en Ciudad Juárez a recién liberado Llama ONU-DH al Senado a garantizar libertad de expresiónAbandonan tres cuerpos afuera de iglesia en CuliacánTurismo oscuro: el debate de las excursiones a Chernóbil, Auschwitz o FukushimaAsesinadas por buscar a sus hijos; la otra tragedia de las madres buscadoras en MéxicoVIDEO: Matan afuera de prisión en Ciudad Juárez a recién liberado

Zócalo

|

     

Opinión

|

Información

< Opinión

 

Coahuila

Yo el Supremo

Por Javier Villarreal Lozano

Hace 4 años

Fue un español, Ramón del Valle-Inclán, el primero, hasta donde yo recuerde, en tomar como personaje central de una novela a un dictador latinoamericano. Su novela, Tirano Banderas, se publicó por primera vez en 1926.

Valle-Inclán no hizo referencia a un dictador en especial; su Banderas es una especie de prototipo. A partir de allí, el tema de las dictaduras ha sido una veta muy rica para la literatura, especialmente latinoamericana. A ella acudieron con buena fortuna, citándolos por orden cronológico, Augusto Roa Bastos (Yo el Supremo), Gabriel García Márquez (El Otoño del Patriarca) y más recientemente Mario Vargas Llosa (La Fiesta del Chivo).

Gracias a dos de estos escritores, cuando menos un par de execrables dictadores, el paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia, conocido como el “Doctor Francia”, y el dominicano Rafael Trujillo, alcanzaron el dudoso privilegio de pasar a la historia de la literatura.

Este repaso literario me surgió el jueves anterior, cuando la antes Suprema Corte de Justicia de la Nación se plegó vergonzosamente a los caprichos del presidente Andrés Manuel López Obrador, al aprobar la consulta popular sobre si se debe o no enjuiciar a los expresidentes Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.

La postura de la mayoría de los miembros de la Corte, a la que debemos retirar el adjetivo de Suprema, pues ya se lo regaló en charola de plata y adornada con un moño al jefe del Poder Ejecutivo, en realidad el único sobreviviente de la división clásica de los tres poderes de Gobierno propuesta por el barón de Montesquieu en 1748. El sometimiento de la Corte volvió a López Obrador una segunda edición de la novela Yo el Supremo, de Roa Bastos.

Porque ni caso tiene hablar del otro Poder, el Legislativo, teóricamente el de más peso en la balanza de la toma de las decisiones, pues la mayoría de diputados de Morena se obstina todos los días en demostrar una babeante sumisión al tabasqueño.

El jueves fue un día triste, fatal para la democracia. El Presidente queda solo en el escenario y su voz es la única que se escucha, pues diputados, senadores y ministros de la exsuprema Corte de Justicia decidieron sacrificar sus autonomías en la pirámide dedicada al Gran Tlatoani.

Quizá no debe extrañarnos. El Presidente se ha dedicado los casi dos años de su mandato a desmantelar instituciones que hasta hace poco gozaban de cierta autonomía. Ya desde antes, como candidato derrotado, las mandó “al diablo”. Y esa es una de las pocas cosas en las que ha mostrado eficacia su Gobierno.

Pero me corrijo, AMLO no ha mandado al diablo a las instituciones, las envió directo a La Chingada, su rancho en Chiapas, donde debe de tener una sala para arrumbar trastos inútiles. Allí se empolvará, entre otras, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.

Él, que presume tener como modelos a Francisco I. Madero y a Benito Juárez, con un ridículo disfraz lleno de rotos por donde brota a borbotones la mugre del entreguismo y la lambisconería, actúa igual que Victoriano Huerta, quien no se anduvo con rodeos y disolvió el Congreso. El asesino de Madero también mandó a la chingada a las instituciones, sin ser el propietario de un rancho con tan sonoro nombre.

Acostumbrémonos: este dejó de ser un Gobierno para convertirse en un monólogo a cargo de Andrés Manuel López Obrador, Yo el Supremo, dicho pidiendo perdón del maestro Augusto Roa Bastos por utilizar el título de su gran novela.

Notas Relacionadas

Va por ellos el MP

Hace 3 horas

Ya envió IEC a imprimir las 10 millones de boletas para elección judicial

Hace 6 horas

Es momento de cerrar filas en torno al gobierno de Coahuila: Presidente de México Avante

Hace 6 horas

Más sobre esta sección Más en Coahuila

Hace 3 horas

Va por ellos el MP

Hace 21 horas

Los otros datos de Román

Hace 21 horas

Américo: operación borrar evidencia… antes de que lo borren a él de Coahuila