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Coahuila

Y tú qué te crees…

Por Fernando de las Fuentes

Hace 2 dias

¿Conoce su debate interno o, al menos, parte de él; las voces que lo conforman, lo que se dicen entre sí, cuáles son las suyas y cuáles las ajenas, cuáles tienen más peso y cómo lo hacen sentir? Quizá no sepa que este escenario interior existe o, si lo sabe, no comprenda el peso definitorio que tiene en su calidad de vida.

En ese campo de batalla radican todos sus problemas. Mientras menos inexplorado y más desconocido, mayor el daño que causa a su vida. La falta de concordia interior e incluso, en no pocas ocasiones, los rudos combates que ahí se desatan, sin que usted sea plenamente consciente de ello, son el origen de sus incertidumbres, inseguridades, auto descalificaciones, sentimientos de insuficiencia, resentimientos, odios, envidias, la famosa baja autoestima, el pesimismo, la falta de motivaciones, los auto boicots y, en general, todo aquello que lo estanca y lo hace infeliz.

En sicología, en general, le llaman a este activo vocerío diálogo interior, pero el término implica un intento voluntario de llegar a un acuerdo, lo cual no sucede si no se conoce bien a bien todo lo que le formulé en forma de pregunta en el primer párrafo.

El diálogo interior, pues, no es el problema, es la solución, siempre y cuando aprendamos a observar y escuchar atentamente, sin juzgar, todo lo que ocurre en nuestro campo de batalla, para poder establecer acuerdos por vía de la razón y la gestión emocional.

Recuerde, en primera instancia, que no hay nada completamente inútil ni totalmente dañino dentro de nosotros si lo ubicamos en su justa dimensión. Así que, para empezar, quítele poder al paradigma de lo “positivo” contra lo “negativo”, o estará de antemano decantándose por uno de los combatientes y desaprovechando el poder y la sabiduría del otro. Ambos tienen sus razones y su utilidad. De una vez le digo que el final de la batalla no es la derrota de uno u otro, sino su colaboración.

Para comenzar a conocer a los combatientes dividámoslos en dos grandes bandos: uno es el de la confianza, que entre sus filas cuenta con anhelos (deseos del alma), esperanzas y buenos propósitos para nuestra vida, entre otros poderosos guerreros; el otro es el ya bastante conocido ejército de la desconfianza, compuesto por una gran diversidad de creencias limitantes. Este es comúnmente el más poderoso, sólo porque sus guerreros están siempre bien camuflados, empezando por su comandante, el miedo.

Así que quitemosles el camuflaje: las creencias limitantes son de dos tipos, sobre nosotros mismos y sobre la vida. Ambas provienen de nuestra educación familiar y el entorno social, reforzadas por las experiencias personales, que casi invariablemente tenderán a reafirmar lo creído.

Comencemos con las que nos limitan personalmente, que también son de dos clases: de posibilidades y de merecimiento. Están profundamente arraigadas en las creencias familiares, especialmente en la situación socioeconómica, la atribución de capacidades y el sistema intrafamiliar de merecimientos.

Así pues, uno puede creer que jamás tendrá la posibilidad de un buen empleo porque no tiene recursos para pagarse una universidad privada o ni siquiera para acceder a la educación superior, cualquiera que sea su tipo, o que jamás llegará a ser un buen deportista porque tiene una discapacidad, o que no tendrá suficientes luces en la vida porque no fue bueno para la escuela, o que no merece un ascenso porque no se esfuerza lo suficiente, o el amor de alguien porque no lo complace lo necesario.

Estas creencias se arraigan en nosotros con frases como ¡no seas tonto!, ¡tú no me quieres!, ¡no sirves para eso!, ¡no puedes darte ese lujo!, ¡no vas a poder!, etc.

Aunque usted no lo crea, estas afirmaciones y sus amplios significados en nuestra vida cotidiana se han convertido en falsas verdades que serán incontrovertibles si no las desenmascaramos. Y lo seguiremos haciendo en el próximo artículo.

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