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Vivir por decreto en un país de mentiras

Por Juan Latapí

Hace 1 mes

Imagínate que vas a comprar un coche y el vendedor te ofrece un refrigerador. Al principio pensarás que se trata de una broma y tal vez te reirás, pero ante la insistencia del vendedor de que el refrigerador efectivamente es un coche, empezarás a dudar y a desconfiar; lo más probable es que te molestes y elijas otro vendedor que ofrezca lo que necesitas.

Pero quien compre un refrigerador creyendo que es un coche, tiene un verdadero problema. Desafortunadamente eso es lo que sucede con la clase gobernante de nuestro país que pretende darnos gato por liebre.

No es fácil saber en qué momento esta clase gobernante –del color que sea- perdió la sensibilidad social para dar paso a la soberbia y voracidad que se han traducido en desconfianza y malestar ante la autoridad. Con esta descarada actitud pretenden gobernar por medio de decretos, diciéndonos que vivimos en una maravillosa realidad color de rosa que baila al son de alegres cifras. Esta burla, que a final de cuentas es un costal lleno de mentiras y piquetes de ojos, es una simple muestra del divorcio que prevalece entre el decir y el hacer.

Así vemos que en la propaganda oficial -como si fueran decretos- se mencionan y presumen una serie de logros que más que resultados son una lista de buenos deseos o propósitos, por no decir verdades a medias que en poco tiempo se desvanecerán.

Según el diccionario la palabra decretar significa la decisión de un gobernante o autoridad sobre la materia o negocio en que tengan competencia. Así, mediante decreto han decidido que la inseguridad ha desaparecido, aunque veamos que los robos y asaltos y siguen al alza, a la par de los abusos de las obscuras fuerzas policiacas. Así mismo decretan que el respeto a los derechos humanos es reconocido a nivel mundial, sin embargo los abusos y humillaciones son el pan de cada día.

Para nadie es un secreto que decretan con pasión combatir la corrupción mientras los enjuagues y la opacidad son las reglas del juego; donde lo penoso no es robar, sino ser descubierto y balconeado. Vivimos un mundo legal carente de justicia, en el que mediante un moche la impunidad es adquirida por el mejor postor.

Nos repiten hasta el cansancio y por decreto que la nuestra es una sociedad libre y democrática, pero para poder participar en política hay una serie de trabas y requisitos diseñados para agüitar y descalificar hasta al más entrón y derecho, y por el contrario, quien cuenta con influencias y apoyo monetario obtiene fácilmente el cargo anhelado.

Decretan que no hay crisis económica aunque los precios al consumidor y la inflación van al alza, y por supuesto, el precio de la gasolina va en aumento a pesar de los subsidios. También por decreto las autoridades pretenden combatir el preocupante aumento de suicidios -principalmente entre jóvenes- al igual que la galopante adicción a las drogas sintéticas.

Por lo que se refiere a la educación –la triste causa de nuestra situación- nos presumen una serie de fantásticas reformas decretadas, aunque el sistema educativo -secuestrado por una camarilla magisterial- siga siendo un mero trámite para obtener un papel en vez de fomentar el gusto por el conocimiento.

Y no solo en el mundo de la política. En el espectáculo de los deportes ya empezaron los opiniólogos a balbucear que México puede dar la sorpresa en la próxima Copa del Mundo, sintiéndose los amos de la verdad, poseedores de grandes conocimientos tan solo para ocultar su ignorancia, al igual que sucede en la politiquería.

A final de cuentas, la costumbre por decretar verdades a medias no es más que una llana forma de mentir mediante la soberbia. Encerrados en su torre de marfil, rodeados de comodidades y escoltas que cuidan de su seguridad, la clase dominante y sus aprendices viven la vida regodeándose como pequeños emperadores, alejados de la calle, escuchando solo lo que quieren oír, disfrutando su pobreza moral y cultural, y preocupados más que nada por sus finanzas personales, como único estilo de vida posible.

Por eso, mientras sigamos comprando refrigeradores, creyendo que son autos, continuaremos engañándonos a nosotros mismo, y esa es la peor y más fácil forma de engaño. La bronca no es del vendedor sino del comprador ingenuo que no razona y adquiere lo que se le ofrece.

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