La posición adoptada por nueve gobernadores, entre ellos el coahuilense Miguel Riquelme Solís, de exigir la renuncia del subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, vocero del Gobierno federal, en lo que se refiere a la pandemia del coronavirus y prácticamente conductor de la fallida estrategia oficial para combatirla, posee un doble sustento.
El primero, es la desconcertante, por no decir errática, actuación del epidemiólogo. A sus continuas contradicciones y fallidos pronósticos, agrega una anticientífica sumisión a los dictados de su jefe, el presidente Andrés Manuel López Obrador.
La dupla López Obrador y López-Gatell han hecho del hasta ahora ineficaz combate a la pandemia una cuestión política. Eso sin olvidar las ocurrencias medioevales del Presidente, inmune gracias, según afirma, a una estampita religiosa, o su última promesa: la de utilizar el cubrebocas cuando acabe la corrupción, confundiendo la gimnasia con la magnesia.
Mientras el subsecretario de Salud se enreda en sus propias palabras y el tabasqueño parece tomar a broma la situación, 46 mil 688 mexicanos habían muerto hasta el viernes por el Covid. Esta macabra cifra impulsó a nuestro país a un aterrorizante tercer lugar mundial en el número de fallecidos a causa del mal.
Hay razones suficientes para que los gobernadores alcen la voz y exijan una rectificación del rumbo en las políticas del Gobierno federal para contener la pandemia. Los números hablan por sí solos y demuestran sin lugar a dudas la ineptitud de López-Gatell.
La exigencia tiene, además, una faceta muy interesante de orden político. Su exigencia viene a traer un viento revitalizador al tantas veces olvidado federalismo, el cual es sustento de la República y del que fue esforzado defensor nuestro compatriota don Miguel Ramos Arizpe al redactarse la primera Constitución en 1824.
El presidencialismo omnímodo y el uso frecuente de lo que el maestro Jorge Carpizo McGregor llamó “facultades metaconstitucionales”, dio lugar a una asfixiante centralización del poder. Hoy, con otros matices, hemos vuelto a las viejas prácticas del Gobierno de un solo hombre. Gracias al control sobre la Legislatura –AMLO se da el lujo de regañar en público a los diputados–, el Presidente ejerce un control unipersonal, sin contrapesos, del Gobierno.
La exigencia de los gobernadores firmantes del documento desacreditando a López-Gatell revalida el federalismo, y al hacerlo honran la memoria de Ramos Arizpe. Esto es una novedad que debemos celebrar, pues inaugura una relación distinta entre los estados –libres y soberanos, como reza la Constitución– y el Gobierno federal.
Sean cual fueren los resultados de la gestión, el paso dado es trascendente, y esperemos sea el primero hacia una relación más equitativa.
Letras sueltas
Las estadísticas son frías, pero al dimensionarlas en función de sitios concretos, como por ejemplo los municipios de Coahuila, se tornan aterradoras: los 46 mil 688 mexicanos fallecidos hasta el viernes representarían la desaparición total de la población de Parras (45 mil 401 habitantes) o de San Juan de Sabinas (41 mil 649).
En un acumulado de los municipios menos poblados, según cifras del Inegi 13 serían borrados del mapa: Abasolo, Juárez, Candela, Lamadrid, Hidalgo, Guerrero, Sacramento, Escobedo, Progreso, Villa Unión, Nadadores, Sierra Mojada y Morelos, que en conjunto suman 46 mil 149 habitantes. De ese tamaño es la tragedia.
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