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Coahuila

Upadana

Por Jorge A. Meléndez

Hace 2 años

“El anhelo pegajoso de cosas inadecuadas. Sustitutos degradados de lo que realmente buscamos. Una palabra que lo dice todo”.

Así explica Arthur Brooks este término budista que puede encerrar el secreto de la felicidad… o más bien de la infelicidad.

Brooks sabe algo de la materia, pues da una clase bastante extraña en la Escuela de Negocios de Harvard, precisamente sobre la felicidad.

“Cuando alguien te dice quiero ser feliz, en realidad te está diciendo: quiero ser menos infeliz. Hoy les daré tres secretos para lograrlo”, explica el profesor en una fascinante charla que puedes ver en nuestros sitios.

Te platico.

Pero antes de llegar a los secretos, repasemos las tres causas de la infelicidad según Brooks, en orden de menor a mayor:

1. Irritantes. Tráfico, pasar tiempo con alguien que te desagrada, etc.

2. Circunstancias. Por ejemplo, soledad. OJO hombres maduros: la principal causa de soledad es la falta de amigos reales. Cultívalos.

3. Insatisfacciones. Hoyos en la vida o en las metas.

Digamos que los primeros dos problemas más o menos están bajo nuestro control. Hay que analizarlos, atacarlos y buscar minimizarlos.

La bronca fuerte son las insatisfacciones, esos grandes hoyos.

Brooks asegura que el mundo nos enseña a llenarlos con cuatro cosas: fama, poder, placer y dinero.

4. Grandes pilares de la presunta felicidad que se resumen en una sencilla fórmula: ama cosas y usa a las personas.

“Es una fórmula sencilla, elegante… ¡y equivocada!”, concluye Brooks.

El autor de Ama a tus Enemigos explica que hay dos tipos de metas que se pueden perseguir.

Las extrínsecas, básicamente cosas y dinero. El que persigue sólo estas metas termina siendo crecientemente infeliz.

Ahí encaja esta palabrita sánscrita: upadana.

Precisamente a donde nos empuja el mundo, a la eterna carrera por conseguir más y más. A la trampa que bien menciona Shawn Achor, de asociar la felicidad a conseguir metas y cosas: “Al conseguir algo, buscas otra cosa mejor. La felicidad es un blanco movible y, por ende, es efímera”.

Exacto.

En cambio, las metas intrínsecas son relaciones, experiencias y significado. Esas sí son buenas y realmente traen la felicidad.

“El primer secreto que les voy a compartir es cambiar la fórmula: ama a las personas y usa a las cosas”, comenta Brooks.

Aquí el orden de los factores por supuesto que altera el producto.

“El problema no es el dinero (la meta más perseguida, con lana compras cosas… y personas), sino el apego al dinero”, advierte el catedrático.

Precisamente esta frase encierra el segundo secreto: desapegarse de las cosas materiales (o sea, las religiones tienen razón).

Esto se dice fácil, pero hacerlo está en chino.

¿Cómo lograrlo? Brooks propone dos métodos:

a) Caridad. Y no solo de dinero, sino de tiempo y experiencia. Esto ayuda a desapegarse de los ídolos que comúnmente perseguimos.

b) Enfocarse en experiencias y no en cosas. En esto las nuevas generaciones tienen razón. Aconseja Brooks: invertir en experiencias es mejor que invertir en cosas.

Sabios consejos que he comprobado personalmente. Pocas cosas son más satisfactorias que ayudar al que menos tiene, inténtalo. Por otro lado, las experiencias dejan huella en tu persona y en tu bienestar.

Falta el tercer secreto: sentir que tu vida agrega. Particularmente en el trabajo, que es donde más tiempo pasamos.

Brooks sugiere crear ambientes de trabajo que cumplan tres requisitos:

* Amarrar pasión y habilidades. 100% de acuerdo: así siempre se tendrán buenos resultados y satisfacción.

* Recompensar mérito y trabajo arduo.

* Celebrar y reconocer innovación y emprendimiento.

El profesor de Harvard hace un apunte sistémico final: el mejor sistema para lograr todo esto es el de libre empresa.

Por supuesto que el capitalismo tiene grandes bemoles (sobre todo la desigualdad), pero los problemas no son del sistema, sino del marco moral de los participantes.

Si la fórmula humana es la correcta (ama a las personas, usa las cosas), la libre empresa sí puede producir felicidad.

Yo estoy de acuerdo, ¿y tú?

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