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Coahuila

Una sencilla croniquilla y un pedazo de barrio

Por Carlos Gaytán Dávila

Hace 1 semana

El tramo de Álvarez entre Murguía y Obregón era un romántico barrio en las décadas de los años 40 y 50 del siglo pasado, por donde serpenteaba una acequia donde corría agua cristalina, como la de las cataratas de “Arteagara”, solía decir doña Concepción Rodríguez Fraustro, quien destapó la castaña de los recuerdos para hablar de este sector que le vio nacer hace ya más de 80 años.

Las huertas repletas de frutales y hortalizas rodeaban su modesta vivienda, principalmente al de un Asilo para niños huérfanos, donde pernoctaban decenas de muchachitos, hombres y mujeres entre los 8 y los 15 años.

Los padres de doña Concepción fueron Amador Rodríguez y Julia Fraustro, que procrearon a 8 hijos más a quienes inculcaron los principios fundamentales de un hogar de bien, costumbres y enseñanzas que se reflejan en el exterior.

Al norte de su casa, ubicada en el número 904 de la calle de Álvarez, las arboledas llegaban hasta donde ahora es el bulevar Coss a la altura de Aurrera, donde además existió una hortaliza, propiedad de ciudadanos originarios de China (“los chinos”), que vendía su producción al público a muy bajos costos.

Uno de los vecinos fue don Eulogio Alvarado, quien era músico y miembro de la Banda del Estado, quien tocaba “un enorme cornetón”, la tuba, que da los bajos en el grupo orquestal de instrumentos de viento, saxofones, trompetas, clarines y clarinetes.

Tuvieron que pasar muchos años para que la calle de Álvarez fuera pavimentada. Antes, su piso era de tierra pura, por donde transitaba los coches estirados por caballos que servían de transporte público, y en la tranquilidad de la noche, de vez en cuando, se escuchaba el tropel de caballos que estiraban la lujosa calandria, una especie de carruaje propiedad de un señor que la gente únicamente conocía como don Gerardo.

Todas las mañanas llegaba el guayín, un carro de madera descubierto con ruedas ligeras de hierro, donde se transportaban los botes con leche para distribuirla en la barriada, además las carretas estiradas por bueyes, procedentes de las rancherías cercanas a Saltillo, las cuales cargaban tercios de leña o madera rajada en trozos regulares, que se utilizaban para cocinar la comida en las añosas chimeneas, que todavía prevalecían en aquellos años, como parte muy importante de las casas antiguas, que en algunas ocasiones era toda una obra arte; con sus “tiros” muy estructurados, por donde salía el humo hacia el cielo, sin regresarse o contaminar el ambiente de la cocina y el comedor.

Los rancheros ya tenían clientela, pues había familias que compraban casi toda la carreta para que, por semanas, no les faltara la leña (combustible para atizar el fogón).

Doña María Concepción Rodríguez Fraustro, mujer romántica por naturaleza, solía disfrutar el único medio que tenía Saltillo, para pasar momentos de solas y esparcimiento, la radio, pues había tres radiodifusoras: XEDE, XESJ, y XEKS, donde la programación era con aquellos “discotes” de acetato de 78 revoluciones por minuto, con canciones de la bella época de la música popular mexicana.

Ella se casó con el señor José Franco Rodríguez. Procrearon una hija: Rosa Elvia Franco Rodríguez, quien, una vez adulta, decidió vivir en la Ciudad de México.

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