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Coahuila

Una ilusión persistente

Por Fernando de las Fuentes

Hace 3 semanas

“La percepción es la realidad”.
Carl Jung

 

En el preciso instante en que cualquier cosa atraiga nuestra atención, el cerebro comenzará a calificar, clasificar e interpretar lo registrado. Este proceso se llama percepción y sucede al margen de nuestra conciencia; es decir, no nos damos cuenta de que está ocurriendo.

Es una de las funciones básicas de la mente en piloto automático. Las creencias son las etiquetas, categorías, criterios y esquemas bajo los cuales vamos dándole orden interno a dicha información, que tendrá dos efectos: reforzante o disruptivo.

Cuando sucede esto último, nuestra primera reacción, también al margen de la conciencia, es el rechazo. Nos resistimos a lo que acostumbramos llamar realidad: un suceso fuera de nuestro control que nos impacta, y que procesamos a partir de una programación mental producto de la sociedad, la época, la cultura y el lugar donde vivimos, introyectados mediante la experiencia personal.

Cuando nos resistimos a lo que creemos que es la realidad, comenzamos a sufrir. Pensamos que la vida no es justa, que no puede estarnos pasando esto o aquello, que la gente es ingrata. Damos por hecho que esto es verdad. Pero lo que en realidad estamos resistiéndonos a aceptar es lo que pensamos que nos está sucediendo, o sea, nuestra percepción, que se contrapone a nuestros deseos y expectativas.

El conflicto es puramente mental, individual y, sí, imaginario. La realidad es lo que es; ni buena ni mala, ni adversa ni perversa, ni propicia ni benéfica. Todas estas etiquetas son producto de la actividad calificadora de la mente, que necesita procesar aquello que capta su atención, para conocerlo, desde su contexto, a fin de controlarlo. Pero el producto de este proceso no es la realidad, que resulta entonces relativa, como ha planteado desde hace décadas la física teórica, o una ilusión muy persistente, como dijera Albert Einstein.

Cuando alguien nos dice que tenemos que aceptar la realidad, habla desde su punto de vista de la realidad, que por supuesto puede estar avalado por una visión global o incluso masiva, porque la realidad no es otra cosa que una convención social respecto de las múltiples percepciones de los individuos que pertenecen a un colectivo.

La importancia de entender esto es que nos puede ser muy útil cuando creemos que la vida nos está abatiendo, o que las personas nos están dañando sin que podamos hacer nada al respecto; cuando nos sentimos abrumados o tenemos miedo.

Saber que todas nuestras emociones obedecen a las percepciones y no a los sucesos en sí mismos, ubica la solución en nosotros. Cuando lo asumimos, nos hacemos responsables y entonces, solo entonces, podemos cambiarlo. Entonces, y solo entonces, podemos evitar que las cosas que no podemos controlar nos controlen, y tomamos las riendas de nuestros pensamientos y emociones, para adquirir la habilidad del autodominio.

De ahí que sea tan importante no solo aceptar, sino enfrentar, procesar y conocer lo que sentimos a detalle. Nuestra vida emocional puede ser muy compleja, y mientras más lo sea, mejor; pero la mayoría se mueve un rango muy limitado, de cinco o seis emociones básicas y dos o tres sentimientos. Ampliar este catálogo nos lleva no sólo a tomar el poder de nuestra propia vida, sino a que sea más satisfactoria.

De ahí que haya cobrado tanta importancia todo este asunto de la gestión emocional, que comienza por darnos permiso de sentir, cosa que podría parecer obvia, pero que no va con la vida de cualquiera. La mayoría de la gente siente sus emociones negativas como algo que la amenaza y que debería evitar. Recibirlas, abrazarlas, como inevitables que son, y saber que en la medida del malestar será el bienestar, nos permite educarlas.

Podemos parar, entonces, de ir a la deriva en la vida, buscando sin saber qué, inconformes e insatisfechos, porque comprenderemos que no dependemos de lo que nos sucede, sino de la forma en que lo interpretamos.

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