A la memoria de Lupita Saucedo
Mañana, 23 de enero de 2025, cumpliríamos 59 años de casados. Lamentablemente la muerte me la arrebató y no nos permitió nuestro deseo: morir de viejitos.
Recuerdo la mañana del domingo 23 de enero de 1966, el día de nuestra boda hacía un frío “siberiano”, la noche anterior había nevado y el suelo se tornaba resbaladizo y con algunos charcos propios del deshielo. Salía con su albo vestido de novia, impecable como era ella en todo, pulcra por dentro y por fuera. La cargué en mis brazos para subirla al automóvil que nos llevaría a Catedral para la misa, pues no quería que se le mancharan sus zapatillas blancas que le quedaban perfectas en aquel diminuto pie.
En la iglesia nos esperaba el padre López para la ceremonia de los esponsales, la mutua promesa de casarnos y como pareja permanecer unidos, hasta que la muerte nos separó.
Hoy estoy solo, pero su recuerdo me ata a esta vida hasta que el Todopoderoso diga “hasta aquí” y me conduzca a su encuentro.
Han pasado dos años y poco a poco voy superando el dolor que me causó su partida. La escritura ha sido como una catarsis y, para nunca olvidarla, escribí un libro donde dejo plasmada su interesante historia de vida, amor y muerte. Así he logrado paulatinamente liberarme del dolor y las emociones que causan en mí elrecordarla.
En el documento hago varias reflexiones sobre el significado de la muerte, para lo cual los seres humanos no estamos preparados y he llegado a la conclusión de que todos traemos escrita la carta de defunción en el acta de nacimiento.
Cada vez que las lágrimas brotan en la soledad de mi cuarto, no sólo me consuelo con llorar, sino que voy de inmediato a la computadora para recordarla mediante la escritura de la vida tan plena que llevamos juntos, ese ha sido mi remedio para superar el duelo, que aún duele. He logrado conjuntar una serie de artículos que hablan de nuestras vidas que están incluidas en mi nuevo libro, que pronto pondré a la consideración de usted.
“La muerte, agazapada, marcaba su compás
En vano, yo, alentaba febril una esperanza
Clavó en mi carne viva sus garras el dolor
Y mientras, en la calle, en loca algarabía
El carnaval del mundo gozaba y se reía
Burlándose, el destino me robó tu amor”
Carlos Gardel.
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