‘Cualquier día, nosotras, a menudo invisibles por los siglos de los siglos, en lugar de negociar cuotas, raciones de respeto u organizar cientos de homenajes tardíos, ocuparemos los asientos de nuestras vidas sin pedir permiso, sin el visto bueno de la historia.’
M. Navarro García

Cuando la primer mujer Presidenta electa Claudia Sheinbaum recibió este jueves la constancia que acredita su triunfo en los comicios del pasado 2 de junio, confirmando así que será la titular del poder ejecutivo. Se sembró la vida que ha de seguir, bajó un nuevo amanecer y con ella, un nuevo credo, sin culpa y sin ningún poder divino sobre nuestros cuerpos.

Un credo que vaya construyendo las alegrías diarias donde ir armando vidas en el trabajo.

Una de nosotras es Presidenta por encima de esta tierra por la que empezaremos a caminar seguras

El primer homenaje en recuerdo a su madre, es una certeza opuesta al azar de los dioses por el que rodaron los días nacionales antes del 15 de agosto.

Una madre viva, verdadera, una mujer como nosotras, como nuestras madres despojada del heroísmo poético ordenado por los patriarcas para convertir ese leal acompañamiento a la lucha que es dar vida en una obligación sacramental digna de un monumento de piedra.

Una de nosotras consciente de nuestro mundo, de nuestros miedos e inseguridades, qué sabe de peinados y vestuarios, qué sabe de temores y desprecios y de cuándo usar un bolso grande o pequeño, capaz de contener todos y cada uno de nuestros derechos.

Más allá de la militancia o la cercanía a la causa feminista, una de nosotras que ha vivido, gozado y sufrido nuestra condición, podrá ahora tomar decisiones desde la titularidad del poder ejecutivo, la comandancia de las fuerzas armadas y la representación del Estado nacional.

Con ella llegan todas y cada una de nuestras vidas, llegamos todas.

Instaladas ahí en el poder nacional, con un destino por encima de las letras impuestas por una divinidad que nos mantuvo siglos invisibles. Desde ese día nosotras, desde ese día, la patria nos admira ascender a la tribuna de la República con los pasos de todas y de cada una para derrotar con el júbilo rítmico de los tacones la asfixia impuesta por el silencio de siglos.