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Coahuila

Un trastorno para cada quien

Por Fernando de las Fuentes

Hace 1 mes

“Tu depresión no es un problema técnico, escúchala”.
Johann Hari

 

 

El malestar emocional ha acompañado al ser humano desde siempre, no sólo le es inherente, sino imprescindible. Tiene funciones de supervivencia, regulación, adaptación y evolución. Probablemente parezca ocioso que lo diga, pero es que hoy se ha convertido en un obstáculo para la felicidad, un imprevisto en el camino, una falla técnica, un excreto de la sique, una patología y, en el más aterrador de los casos, un desorden neurológico que solo se puede eliminar con medicamentos.

Desafortunadamente, hoy predomina el más aterrador de los casos. La industria farmacéutica transnacional está en su apogeo y, todos lo sabemos, paga ciencia. Vayamos a un claro ejemplo, cada vez que alguien se atreve a decir que el hoy famosísimo y diseminadísimo Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, mejor conocido por TDAH, no existe, aparecen y proliferan los estudios que dicen lo contrario y que lo radican en un desorden neurológico.

El ser humano se comprende poco a sí mismo en lo metafísico, pues las religiones no lo han conducido hacia un conocimiento científico de ese tipo. A más de un siglo de su nacimiento, la física y la mecánica cuántica apenas están explorando el terreno de la conciencia. Sigue predominando ese neopositivismo que rechaza causas que no sean físicamente comprobables.

De ahí que los problemas mentales del ser humano se consideren todavía como un mal funcionamiento de su cerebro, que antes se solucionaba con electroshocks y hoy con químicos. Todos los estudios que se han hecho sobre el cerebro llevan el propósito de encontrar un desorden neurológico que explique una patología, no que sea su expresión, sino su origen.

Este es el escenario perfecto para la industria farmacéutica y aquellos profesionales de la salud mental a quienes conviene que los malestares emocionales estén mercadotécnicamente sobreexplotados. Si se da una vuelta por las redes sociales, se dará cuenta de que la cuestión emocional ocupa un gran porcentaje de los temas, tratada por cualquier hijo de vecino o influencer, asesorados por Google, o gente que sí sabe, para bien y para mal en ambos casos. Usted juzgará, no yo. Ese es un asunto estrictamente personal.

Y, exista o no, quiero hacerle notar como el famoso TDAH hoy ha adquirido una complejidad espeluznante: ya no sólo lo padecen niños, sino también adultos, ya no sólo es un conjunto de síntomas con sus consecuentes causas de desorden neurológico, sino un conjunto de tipos conductuales de tan amplia variedad, que cualquiera va a identificarse con uno. Haga, si no me cree, uno de los tests que ofrecen.

Y, claro, para todo desorden neurológico hay una pastilla, además de un tratamiento sicoterapéutico; llámelo depresión, bipolar, TDAH y una lista creciente que se incorpora a la mercadotecnia de las emociones y contribuye a la neuropatoligización y la sobremedicación de los malestares emocionales.

La comercialización de la tan merecida felicidad nos ha llevado a convertir en trastornos y hasta en desórdenes neurológicos cosas que no lo son, como el miedo, el desaliento, la tristeza, el cansancio, la confusión, el desasosiego, la timidez, la indisciplina y, por supuesto, la distracción, entre muchas otras.

En mi opinión, existen hoy en día muchos trastornos recientemente identificados, entre ellos el TDAH, que son más marcas que padecimientos, producto de la mercadotecnia emocional, respaldados, por supuesto, con un estudio hecho a modo, porque toda buena marca lleva un gran trabajo previo que la apoya para triunfar.

El problema con esto es que los seres humanos, en nuestro persistente rechazo al malestar emocional, buscamos la solución más fácil o, en última instancia, la mejor justificación para seguir sufriendo. Así, nos topamos en nuestra vida cotidiana con una buena pastilla, que jamás ha curado ningún problema sicológico, pero cuando menos hace que se nos olvide que lo tenemos, y con un trastorno dentro del cual cabemos cómodamente, culpable de todos nuestros desatinos y malos sentires.

 

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