Hasta el otoño se ha visto afectado por la pandemia. No precisamente la estación. Esta cumple rigurosamente, como todos los años, el papel que le asignó la señora Naturaleza. Las hojas se despiden del verde para vestirse de amarillo o de rojo. Colorido adiós a su efímera -¿pero qué no es efímero en este mundo?- vida. Quedó en el recuerdo el verde tierno del despuntar en la ya lejana primavera. Les tocó la hora de rendirse al ineluctable ciclo de la existencia para desprender sus pecíolos, caer lentamente al ritmo de la vieja canción Las Hojas Muertas, y formar alfombras crujientes en el piso.
El otoño cumple, muy formal, su rol. Lo que ha cambiado es nuestra percepción de la transformación del paisaje, el cual percibimos hoy más cargado de melancolía y quizá de tristeza debido a la silenciosa amenaza del coronavirus. Es una lástima, pues en esta mi ciudad, a la que el poeta Jesús Flores Aguirre calificó alguna vez de levítica, el otoño es la estación con características más definidas.
Nuestros inviernos son indecisos. De pronto lanzan un latigazo helado, pero al día siguiente el sol luce esplendoroso, como si se equivocara de estación y creyera estar de nuevo en primavera. Esto, al contrario de lo que ocurre en regiones más frías, resta dramatismo al inicio de la primavera. Por acá no vemos abrirse paso entre la nieve a los finos tallos de hierba ni asomar, triunfante, el color de la primera flor del año.
Es más, acá, en mi tierra, el invierno y la primavera jamás logran ponerse de acuerdo al ajustarse cada cual a las temporadas que les marca el calendario. Los ansiosos durazneros, por ejemplo, se apresuran a cambiar de atuendo y estrenan el rosa de sus flores. Pero el invierno, incapaz de respetar fechas, da un último coletazo y acaba con la promesa de olorosos duraznos. Ni siquiera los nogales, más cautos o posiblemente más temerosos, que retoñan tarde, se salvan todos los años al presentarse inopinada y extemporáneamente heladas en abril. De haber sido saltillense, a don Antonio Vivaldi jamás se le hubiera ocurrido componer sus hermosas Cuatro Estaciones.
El verano, en las tierras altas donde está colgada mi ciudad, es más benigno que en los alrededores. Sí, hay días calurosos con soles implacables; sin embargo, por estar en una zona montañosa, las noches suelen ser frescas. Es cierto, Saltillo dejó de ser la ciudad con aire acondicionado, como la llamaba el inolvidable don Pedro Quintanilla, pero tampoco es el horno que son algunas de sus vecinas.
En cambio, tenemos un otoño espléndido, cumplidor. Sigue las reglas casi estrictamente de acuerdo con su papel, y no siendo normalmente muy frío, permite gozar el espectáculo que ofrece en parques y en bosques sin necesidad de andar forrados de pesados abrigos, gorras, chaquetones y bufandas.
Lástima que este del 2020 nos resulte distinto. Muchos hogares están de luto y una buena parte de nuestros vecinos optan por el confinamiento debido al temor al contagio. Otros -un buen número, según las noticias- libran una batalla contra la depresión y la ansiedad, malas compañías en un paseo destinado a gozar del otoño. Indiferentes a nuestras penas, las hojas cambian de color y la niebla esconderá los defectos del paisaje urbano.
¡Ánimo! Gocemos del otoño pensando que ya vendrá la primavera también a nuestras vidas.
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