La propuesta para refundar el PRI, promovida por Dulce María Sauri, Pedro Joaquín Coldwell y Enrique Ochoa, es demasiado tardía, pero es la única vía para evitar que las oposiciones desaparezcan o que Morena termine por absorber por completo al dinosaurio.

El primer paso para adaptar al PRI a los nuevos tiempos consiste en buscarle otro nombre. La mayoría abomina hoy de sus siglas. Lo más importante, sin embargo, es volver al origen popular y a los principios de los cuales abdicó para ponerse en manos de la tecnocracia.

La vieja clase política, aún con sus vicios, era mejor, pues pugnaba por la justicia social –por la democracia no tanto– y por el reparto de la riqueza, no por su concentración.

Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y otros líderes de izquierda, como Ifigenia Martínez, fundaron el PRD con las viejas banderas del PRI y dieron los primeros pasos hacia la transición democrática. Pero como el partido del sol azteca también olvidó su esencia, Andrés Manuel López Obrador organizó un movimiento social poderoso.

Morena es hoy el PRI de hace medio siglo y conservará la Presidencia por mucho tiempo. Primero, porque la confianza y el respaldo popular en sus siglas se expresan masivamente en las urnas; y segundo, por la falta de una oposición sólida, congruente y respetable.

El PRI representó por mucho tiempo los anhelos de la Revolución. Tuvo buenos presidentes como Lázaro Cárdenas y Adolfo Ruiz Cortines, pero también deleznables como Salinas de Gortari y Peña Nieto. Si a los dinosaurios se les menospreciaba por su supuesta incultura, cuando muchos eran eruditos e incluso habían luchado contra la dictadura porfirista y sus herederos, los tecnócratas neoliberales resultaron peores.

A los gobiernos del PRI se les toleró ser autoritarios, represores, cínicos antidemocráticos e incluso venales, porque ofrecían estabilidad y cierto bienestar. Pero cuando dieron la espalda al pueblo, se aliaron con los grupos de poder y convirtieron la corrupción en ejercicio cotidiano, las cosas cambiaron.

México necesitaba no sólo un partido comprometido con las mayorías y dispuesto a modificar el statu quo, sino también un líder. El vacío lo llenaron Morena y López Obrador. Cuando el voto de las clases bajas y medias cambió de preferencia, el PRI perdió el poder; y la derecha, representada por el PAN, y beneficiaria del sistema, quedó a la deriva.

Esa realidad afrontan quienes hoy pretenden refundar el PRI, después de un largo silencio y de permitir que rufianes como Alejandro Moreno y sus secuaces, entre ellos Rubén Moreira, se adueñaran de una organización, en otro tiempo dirigida por hombres con talla de estadista, donde los farsantes no tenían cabida.

Si el PRI desea renacer de las cenizas debe empezar por expulsar a Moreno y a su séquito de aduladores e inútiles, cerrar filas, llamar a los liderazgos que renunciaron por dignidad, retomar las causas sociales y reformar sus estatutos.

El país requiere partidos de oposición reales y fuertes para afrontar a la maquinaria de Morena, cada vez más expansiva y sólida. Pero el PRI, aun refundado, no volverá a ser la hegemonía de antaño. Si prevalece, en un futuro será a lo sumo una opción aceptable.

El PRI debe cambiar también de escudo. Lleva casi un siglo de lucrar con los colores de la enseña nacional. Hace mucho que el embauco dejó de funcionar.