¿Alguna vez les ha tocado guardar los utensilios de la cocina, como platos o cubiertos, en los cajones de los clósets de sus recámaras? ¿O sus productos de higiene personal en el refrigerador? Sería muy loco, ¿verdad?
Hace un par de semanas, en esta misma columna, hablamos de la necesidad de mantener limpio y ordenado nuestro espacio físico, exterior e interior, así como nuestro espacio digital. Sin que el orden se convierta en una jaula que mate la creatividad, creo que nuestros espacios deberían ser funcionales. Es decir, deberían estar organizados para que nos funcionen y para que podamos desarrollar nuestras actividades de la mejor manera (mejor para cada uno de nosotros, por supuesto, y no en absoluto).
No, no les voy a dar sugerencias sobre cómo organizar sus casas. Yo, en lo personal, a pesar de mi naturaleza capricorniana que debería tender al orden y a la organización, he aprendido a dejar fluir. A pesar de múltiples intentos, todavía batallo en ciertas cosas para encontrar “mi orden”. Además, ya existen muchos libros, estilos, teorías y modelos sobre cómo mantener los espacios ordenados y organizados.
Lo que sí quisiera destacar es cómo, muchas veces, no nos damos cuenta de que mantener un orden que no es funcional o el mejor para nosotros puede generar un desgastante conflicto interno y, en muchos casos, ponernos nerviosos y quitarnos la paz.
En estas líneas, más bien, quisiera que reflexionáramos un poco sobre el lugar que ocupamos en las vidas de las demás personas y en las relaciones en las que nos desarrollamos en la cotidianidad, ya sean personales, sociales, profesionales o de otro tipo.
A lo largo de nuestras vidas, nos encontramos con muchas personas: algunas empáticas, solidarias, generosas, respetuosas, tolerantes, amorosas, y otras más egoístas, mentirosas, aprovechadas, convenencieras, interesadas, soberbias, negativas, entre otras características. Probablemente, a nosotras y nosotros también, no todas las personas nos van a percibir de la misma manera. Habrá alguien que nos verá como las mejores personas del mundo y alguien más que piense que somos la encarnación del mismísimo diablo.
Dependiendo de estos dos elementos (y de uno que otro más), es decir, de cómo nos perciben y de cómo es la persona con la que estamos interactuando, cada quien nos va a asignar un cierto lugar en su vida.
Y es su derecho hacerlo.
Sin embargo, si no nos gusta el lugar que nos asignan, no tenemos por qué aceptar su decisión y acatarla como si fuera una orden judicial o una prescripción médica: cada persona tiene el derecho de decidir qué lugar quiere tener en la vida de los demás. Y si no nos gusta el espacio que alguien más nos da, no somos árboles, no estamos arraigados a la tierra: siempre podemos irnos y cambiarnos de lugar.
Y esto obviamente aplica también al revés: es decir, nosotros decidimos qué lugar le queremos dar, dentro de nuestra vida, a cada persona con la que nos relacionamos. Para que no haya malos entendidos: estas reflexiones obviamente se pueden aplicar, con las debidas adecuaciones, a todas las esferas de nuestras vidas. Sin embargo, tenemos que recordar que tanto las relaciones familiares como las laborales se rigen por otro tipo de reglas y normalmente –aun con las debidas diferencias– son relaciones jerárquicas de tipo vertical.
Aquí quisiera hacer referencia más bien a relaciones paritarias y horizontales que son tendencialmente las sentimentales (no es casualidad que se hable de pareja, lo que indica una paridad de posiciones) y de amistad, donde no debe de existir jerarquía.
Concentrémonos en las amistades: todas las personas tenemos un círculo más o menos amplio y diverso de amigas y amigos. Por ejemplo, con algunos de ellos nos gusta ir a comer alguna comida en particular (por ejemplo, el sushi, que a lo mejor no le gusta a todo el mundo), salir de fiesta, ir a jugar pádel o hacer un viaje, platicar de libros, películas o series, o de otras pasiones en común. Pero no todas las amistades son iguales y no todas ellas ocupan el mismo lugar, aun cuando el cariño que nos une sea verdaderamente genuino.
Y está bien así. No todas las personas nos pueden dar lo mismo y nosotros no podemos dar lo mismo a todas las personas. ¿Irían a McDonald’s a comer un plato de pasta a la carbonara? No, ¿verdad?
Hacer orden significa también esto. Si hace un par de semanas platicamos que tenemos todo el derecho a decidir qué es lo que queremos dentro de nuestras vidas, en cualquier nivel o espacio, también tenemos todo el derecho de dar el lugar que le corresponde a cada persona en nuestras vidas y decidir si nos gusta el lugar que los demás nos dan en las suyas.
Sin embargo, para mí existen algunas condiciones mínimas de cariño, sinceridad, lealtad y respeto para que yo pueda considerar a alguien una amistad. Próximamente hablaremos de cuáles son. Por mientras, les deseo una muy linda semana.
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