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Coahuila

Trascendencia

Por María del Carmen Maqueo Garza

Hace 6 meses

La vida humana es, sin duda, la estructura multidimensional más compleja que hay sobre la tierra. Al menos eso parece, aunque a ratos nos comportamos de manera tan rudimentaria como una amiba.

En general la tecnología ha simplificado nuestras tareas. Uno de los elementos clave para acceder a ella es la retención de códigos, lo que nos llena la existencia de cifras clave, combinaciones alfanuméricas y similares. Para abrir una aplicación que poco usamos, habrá que recurrir a donde, en su momento, guardamos esa clave de acceso.   Así me sucedió en la semana; el resultado fue afortunado, la clave estaba guardada en  una caja llena de maravillas que me hicieron revivir una etapa muy bella, cuando el correo postal no se daba abasto en el lleva y trae de misivas personales. La correspondencia que conservo, en particular aquella enviada por familiares y amigos muy cercanos, saltó de la caja y comenzó a volar en derredor, regalándome una prodigiosa tarde plena de remembranzas.

Entre esos sobres de diversas dimensiones y colores hallé la correspondencia que en su momento sostuve con Leo Buscaglia, catedrático de la UCLA, escritor y conferencista. Su cátedra fue la primera llamada “Amor”; hay que decirlo, después de su muerte más de un maestro universitario, de manera tramposa, ha querido proclamarse como el autor original del concepto.

Volviendo a esa tarde mágica de contacto con mis maestros de vida, padres y amigos que ya no están como para levantar el teléfono y llamarles, o enviar una carta con la ilusión de recibir una de regreso en un par de semanas… Traigo al presente  esos recuerdos en venturosa combinación con mis últimas lecturas y la presencia de amigos queridos, en  esta fecha  particular, aniversario luctuoso de mi esposo. De este modo, no podría haber escrito algo que no fuera así, tan íntimo y personal, entrañable y afortunado.

Me atrevo a compartir la experiencia porque, sé, que, en algún punto de la narración, todos nos identificamos como seres humanos, en esa estructura multidimensional creada por tiempo y experiencias; búsquedas; presencias y ausencias.

Leo Buscaglia publicó un par de libros sobre el amor en los setenta, pero fue hasta los ochenta cuando lanzó “Vivir, amar y aprender”, su gran obra, misma que invita al lector a atreverse a albergar y a manifestar un amor auténtico, algo de lo que el mundo (últimas décadas del siglo pasado) estaba tan necesitado. Hay que decirlo, hoy está necesitándolo mucho más.

Algún pensador señala que este mundo caótico y vacío  nos lleva a apostarle a las sensaciones en vez de hacerlo a los sentimientos. Viene a mi mente cualquier película comercial norteamericana: Dos personas se conocen como por casualidad, tímidamente uno invita al otro a tomar un café. Se citan a una hora, platican cualquier cosa, se miran o se rozan las manos sobre la mesa y, acto seguido, aparecen fogosos en la cama. A la siguiente mañana, o se despiden con promesas de volverse a ver, o uno de ellos sale sigilosamente y desaparece de escena para siempre.

¿Es esto amor? ¿Hay un crecimiento espiritual en tales aventuras noctámbulas que, más que otra cosa parecen rutinas de gimnasio? ¿Esos “te amo” del instante  alimentan el alma? Alejados de la parafernalia hollywoodense hay que reconocer que son simples ratos de diversión, y que, dentro de muchos años, cuando barajemos nuestras memorias, ni habremos de recordarlos. No apuestan a nuestro crecimiento interior.

La tarde que les narro, la búsqueda de un código de acceso me llevó a descubrir una caja mágica, que me permitió zambullirme en memorias muy bellas, en momentos en la vida de pareja que pude vivir a profundidad, y que hicieron de mí gran parte de lo que ahora soy, así hayan pasado muchos años de la muerte de mi esposo.

Una invitación a los jóvenes a creer en la magia del amor. Amor, no sólo profundo con la pareja, sino ampliamente relacional: La amistad, la camaradería, la búsqueda del punto de coincidencia con personas que vamos conociendo por el camino.  Construir momentos inmunes al tiempo, que muchos años después se evocan con agrado. Para los chicos la vida parece eterna e inagotable.  Conforme pasan los años vamos tomando conciencia de nuestra finitud, y así debe ser: Los años pasan, pero —paradójicamente— vivimos la vida con un goce distinto, que solo el tiempo da: Aquilatando cada momento, cada vivencia, y damos gracias al cielo por lo afortunados que somos de seguir con vida.

Termino con una frase de mi admirado Leo Buscaglia: “Nadie deja este mundo con vida, de modo que el tiempo para vivir, aprender, cuidar, compartir; celebrar y amar es hoy”. Él partió en 1998 pero sigue aquí. De esa magnitud es su trascendencia.

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