Estados Unidos estuvo presente en México desde la colonia financiando grupos rebeldes en la negociación que llevo a la declaración de independencia, claro, en todo lo que siguió en la lucha fratricida, con embajadores y masonería, se entretuvieron como con un circo de pulgas.
Cuando obligaron a renunciar a don Porfirio Díaz y la peor lucha de caudillos que le sucedió, cuando ya no tuvieron tiempo o el placer de tener esa diversión por las guerras, crearon el PNR, después PRI, la característica indispensable era que fuera institucional, para evitar los poderes absolutos. El primero que intentó brincar las trancas fue Maximino Ávila Camacho, y murió en el intento.
Siempre hubo bendición de la embajada gringa, desde la caída de Madero, las muertes de Carranza, Obregón y muchos eventos, como la producción de amapola en Sinaloa, iniciada por el presidente Lázaro Cárdenas.
El patio trasero de Estados Unidos era el mote, por el control que se tenía, sin embargo, ese control llevaba a modestos avances en nuestros problemas, así como los Aztecas temían a sus dioses y cristianos a Dios, los políticos mexicanos temían al poder.
Nunca logramos que el mexicano respetara y temiera a la aplicación de la ley, y ya percibimos las consecuencias, cualquiera tiene forma de evadir a la ley, tenemos más protección en una jungla, dependiendo de nuestras capacidad de huir, escondernos o defendernos nosotros mismos.
Muchos esperaban que interviniera el gobierno de Estados Unidos en la sucesión por los riesgos claros, no teniendo claro, que Estados Unidos es una sociedad enferma, a la que nada le interesa sobre lo que sucede en la pobre nación al sur, mientras tengan balas para repeler invasiones.
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