Un gobierno democrático se caracteriza más por su operación que por el proceso de elección.
Las elecciones son el proceso en el cual es más fácil hacer trampa. México tiene miles de artistas electorales que han servido a los gobiernos desde la década de los 80, hasta tienen el mote de mapaches y alquimistas electorales.
Esos discípulos del fraude electoral, que militan en diferentes partidos, son los que se rasgan las vestiduras o fanfarronean, según la conveniencia del momento.
Pero, lo que realmente define el termino democrático, es si la instituciones o poderes obedecen o no a las leyes, y actúan con mutuo respeto, y si están siempre al servicio del pueblo.
La frase: México es un país de leyes, tiene ese sentido.
Cuando todos los empleados públicos, incluido el Presidente, rabiosa y ciegamente obedecen a la ley, es un país democrático, cuando el mandatario y su gavilla, defienden el poder, sin respetar las leyes, eso es una dictadura.
El uso de las leyes como accesorios de belleza, por parte de los regímenes, fue característico de regímenes dictatoriales, como el de Stalin, Castro, Ceuacescu, Mao, Franco, Pinochet, Vitela, y ahora de Sheinbaum en México.
La negativa a arriesgar el poder, por estar siendo cuestionadas sus reformas, indica claramente, la cultura intransigente de quien fue creada en ambientes socialistas, sumado a su ignorancia; al afirmar que “el amparo no procede cuando algo ya es constitucional”, es lógico que hable sin saber, considerando la calidad de su preparación, pues, debería saber, que el amparo, al ser creado, fue precisamente con el propósito de solucionar imperfecciones de la constitución.
Tan orondo estaba Salvador Allende cuando destruía su país, que no esperaba que lo derrocaran por la ruta de colisión que había tomado su patria por sus pifias.
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