“Sospecha de lo que quieres”.
Rumi
Unas cuantas columnas atrás hice la distinción entre esperanza y expectativa, y hablé de cómo la segunda es una forma muy generalizada de autoboicot cuando la llevamos más allá de su función correcta, que es hacer valer nuestros irreductibles, es decir, aquello que no permitiremos que otros lesionen, como la dignidad, la integridad física y mental, la tranquilidad, etcétera.
Recapitulo definiciones y diferencias: la esperanza es esa confianza optimista que tenemos en que sucederá algo en lo que tenemos particular interés o lo más favorable para nosotros, pero si no ocurre, nos sentiríamos apenas perturbados, sólo un leve lamento, y recuperaríamos con facilidad el buen talante; la expectativa es una exigencia a la vida y/o a otras personas que, por su evidente carácter demandante, lleva una enorme carga emocional y condiciona nuestra manera de sentirnos a que pase exactamente lo que queremos y como lo queremos, aun cuando no lo hayamos solicitado o siquiera expresado.
Es más, en general no lo hacemos, imponemos tácitamente nuestros requerimientos, especialmente a los demás, por miedo a una negativa.
Esta recapitulación es el punto de partida del tema de hoy: deseo y necesidad. Si la diferencia entre ambos fuera tan obvia como nos parece desde el sentido común, no confundiríamos tampoco la esperanza y la expectativa, como solemos hacerlo, y no viviríamos, por supuesto, en posición de exigencia, lo que no conlleva más que decepciones y frustraciones.
Existiríamos en estado de gratitud, hermana de la esperanza y puerta grande hacia la felicidad. Sólo hay que conseguir la llave, y nadie puede hacerlo por nosotros. Así pues, relacionemos: la esperanza proviene del deseo y la expectativa de la necesidad.
Todo estaría correcto y en su lugar si no confundiéramos nuestros deseos con necesidades, o más bien, si no creáramos cada vez más necesidades a partir de los deseos y viceversa.
Explico: los deseos son todo aquello que una persona quiere poseer o experimentar, pero no es esencial para su bienestar físico y emocional. Las necesidades son pulsiones irresistibles de satisfacer una condición necesaria para vivir y para hacerlo, además, de manera digna, por eso las hay tanto de carácter corporal y sicológico, como social.
Los deseos, pues, son contingentes, intercambiables, incluso caprichosos y externos, pues se originan por nuestra interacción con lo que nos rodea; las necesidades son perennes, imperiosas, insustituibles e internas, aunque se ven influidas por el entorno social y mezcladas con los deseos.
Los deseos pueden ser baladíes y siempre cambiantes o importantes para la autorrealización de las personas y, por tanto, más perdurables; las necesidades, mientras más imperativas, más fijas y de satisfacción imprescindible, pero también las hay impuestas por el estatus, ya que las convenciones sociales convierten opciones en condiciones para colmar requerimientos psíquicos esenciales, como la pertenencia, el amor, la consideración, el respeto.
Hay un abismo entre deseos y necesidades, pero, a la vez una, delgada línea, cuando predomina la confusión entre lo que es absolutamente imperativo y lo que creemos que lo es, porque nos vemos exigidos por nuestras condiciones socioeconómicas y estilo de vida.
Ejemplo: podemos realmente necesitar un automóvil y/o un teléfono celular por diversos motivos, pero la marca, el modelo y las características son optativas. La elección dependerá del estilo de vida: tenderemos a aspirar a vehículos y equipos de alta gama, mientras mayor sea nuestro estatus socioeconómico, pues, en principio, ello es requisito para evitar el menosprecio, y por tanto, condición para ser aceptado y validado.
Nuestros deseos rara vez se contraponen, y cuando lo hacen, nos es fácil discernir entre los opuestos; las necesidades, por otra parte, pueden ser contrapuestas con una fuerza que nos tortura. Por ejemplo, mientras mayor sea la necesidad de seguridad, más libertad habrá que sacrificar y viceversa, pero habrá, por supuesto, descontento con el desequilibrio.
Como ve, en cada conflicto interior hay una necesidad no colmada.
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