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| La entrevista que hizo María Scherer describe al capo como un padre que no ha podido superar el encarcelamiento de su hijo Vicente Zambada Niebla, “Vicentillo”.

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‘Soy pacifista, yo sólo me defiendo’: ‘Mayo’; revelan última entrevista con el capo

  Por Grupo Zócalo

Publicado el jueves, 16 de enero del 2025 a las 04:02


Relata María Scherer el tercer encuentro que Zambada tuvo con un periodista antes de ser aprehendido en EU

MARÍA SCHERER IBARRA | Ciudad de México.- En las primeras semanas de diciembre de 2023 Jorge Carrasco, director de Proceso, me llamó. El contacto del “Mayo” Zambada, que 15 años atrás había llevado a mi padre a la guarida del capo, estaba de vuelta. A través de él, Zambada me pedía que le dedicara el libro. Me quedé helada. Titubeante, tomé la pluma y escribí algo más o menos así: “Para Ismael Zambada, en memoria de su encuentro con mi padre, un hito del periodismo mexicano. María”.

A partir de ese intercambio se abría la posibilidad de que, como mi padre, yo fuera a conocer a Zambada.

 

Salgo hacia el aeropuerto de la Ciudad de México un domingo muy temprano. Pese a que es verano, hace frío. Llevo una chamarra gruesa encima de un suéter, jeans y unas botas de senderismo que me parecen apropiadas, no sé por qué. Tal vez porque ignoro qué suelo voy a pisar, literal y
metafóricamente.

Con el contacto platicamos sin parar durante la espera y el vuelo. Al aterrizar nos espera una persona en la zona de llegadas. Alto, fornido y hosco, nos indica que lo sigamos. También está el intermediario, el mismo que encaminó a mi padre, con quien fue y vino, entero. Tengo la certeza de que también volveré intacta.

La camioneta serpentea por parajes demasiado similares entre ellos. La velocidad varía, de modo que cuesta tratar de calcular qué distancia hemos recorrido. No voy a decir en dónde estuve, así que dejo de intentar medir el tiempo y me dedico a observar los alrededores para buscar algo que me llame la atención. 

El chofer suelta el acelerador. Los caminos más estrechos obligan a bajar la velocidad. Se siente que nos acercamos. Repaso algunas de las preguntas anotadas en mi libreta. ¿Es vida su vida? Como uno de los grandes generadores de violencia en el país, ¿de qué maneras puede ayudar a devolver la paz? Reescribo. Sinaloa es (era) arquetipo de la pax narca. ¿Cómo mantuvo esa paz relativa, simulada? ¿Odia más a sus rivales que a la autoridad? ¿Piensa alguna vez en las víctimas del narcotráfico y de la sanguinaria política antidrogas que inició Calderón y que continúa regando muertos y desaparecidos hasta hoy? 

Con las piernas a punto de entumecerse, por fin llegamos. Me desabrocho el cinturón de seguridad, agradezco al conductor y estoy por tomar mis cosas cuando nos ordena que dejemos las mochilas en el vehículo. Lo mismo que teléfonos, plumas y libretas. La instrucción me inquieta. 

Paramos frente a una reja. El sol nos pega de frente. Mientras estacionamos, veo a Ismael Zambada en el último de los escalones de un zaguán. Me sorprende su delgadez. La fotografía más reciente de él es (era) la que se tomó junto a mi padre, que muestra a un hombre corpulento y provocador. Claro que han pasado más de 14 años. Ahora tiene 74. Ismael Zambada viste pantalón y zapatos deportivos y una playera polo, marca Boss.

Nos sentamos a la mesa: yo en la cabecera, el “Mayo” a mi derecha. Las cocineras nos ofrecen un desayuno copioso.

Zambada está de buen humor, suelto. Nos habla sobre sus padres, su infancia al lado de sus hermanos, la vida en el monte. Le pregunto por su salud. Acabo de leer que la DEA y otras agencias reportaron que está muy enfermo. 

–¿Usted cómo me ve?

–Muy flaco, pero bien. ¿Qué le pasó en la pierna?

–¿Quiere ver?

Ismael Zambada se levanta el pantalón. La atraviesa una cicatriz gruesa, más clara que su piel. Lo han operado. Se ha roto el fémur dos veces y se ha sometido a un proceso de rehabilitación. 

Satisfechos, salimos detrás de Zambada. Desorientada, sigo a los demás a través de un rancho de árboles frutales. Al frente hay una casa pequeña, de una sola planta. Su dueño abre la puerta y hace un ademán paraque nos adelantemos. 

Entramos a un recibidor. En seguida, me estremece lo que veo: sobre un caballete de madera clara, una pintura colorida de trazos gruesos representa a Zambada y a mi padre. Estoy turbada, no sé qué decir. Alcanzo a preguntar:

–¿Quién la hizo?

–Me la regaló un amigo.

–¿Por qué tiene aquí a Gandhi? –balbuceo.

–Porque soy pacifista.

–¿Usted?

–Lo soy. Yo sólo me protejo.

“La paz no se dice, la paz se hace”, le contestó Zambada a Osorno en su encuentro. En estos tiempos no se dice, mucho menos se hace. 

Las siguientes dos horas hago todas las preguntas que llevo preparadas, más otras que salen al vuelo. Ismael Zambada esquiva la mayoría de ellas. Otras las responde con monosílabos. Es inútil insistir; él habla o calla conforme quiere. Cuenta de su colección de sombreros, los mejores de ellos adquiridos en distintas ciudades de Texas. Manda pedir uno, blanco, alto. Se lo cala y se lo quita en el acto.

–Don Julio me dijo que estaba mejor con la gorra. 

–Sí, lo contó en su crónica.

A mi padre apenas le mencionó a Vicente Zambada Niebla, su hijo y supuesto heredero del cártel, quien testificó en el juicio por narcotráfico contra Joaquín “El Chapo” Guzmán y, se presume, se convirtió en testigo protegido. Desde 2021 no se encuentra bajo custodia del Departamento de Prisiones de Estados Unidos. Zambada no quería hacer ninguna declaración que pudiera afectarle al Vicentillo en el juicio.

–Lo extraño todos los días.

–Como miles de familias extrañan a su hijos, muertos y desaparecidos.

–Conozco ese dolor.

 

El Mayo habla de sus ranchos, sin grandilocuencia. Si uno no supiera nada de él, pensaría que es un agricultor y un ganadero adinerado. 

“El fentanilo… eso sí no. Aquí no van a encontrar una sola tiendita que sea mía. El fentanilo es muy peligroso”.

–¿Y las tiendas de Culiacán? ¿Y los laboratorios que se han desmantelado en varias zonas de Sinaloa?

–No son mías.

–¿De quién son?

–Les digo que no son mías.

En algún momento ofrece un mezcal. Sin interrumpir la conversación, vierte el alcohol en tres vasitos de una botella de vidrio, sin etiqueta. 

–¿Qué piensa de la estrategia de “abrazos no balazos” de López Obrador? ¿Es mejor estrategia que la de Calderón?

–Tiene razón el Presidente. Los balazos son peligrosos.

–¿Qué tan enredado está el Gobierno con el narco? ¿Qué tan firme es la relación entre ambos?

–Conozco a gente metida en todos lados. En la Policía Municipal, en la Estatal, en la Federal. 

–¿Gobernadores?

–Ahí hay de todo. Unos sí, otros no.

–Según la prensa…

–La prensa dice mentiras. Puras mentiras.

Zambada repite esa respuesta más de una vez.

Nos sentamos y conversamos sobre sus relaciones, amistades y odiosidades. No manifiesta nada que no sepamos.

La conversación se ha extendido por varias horas. Regresamos a la casa donde desayunamos. En la casa hay una pared tapizada con dibujos enmarcados. Retratos, animales, paisajes naturales. 

Son obras que el Vicentillo mandaba cada mes a su madre acompañando cada una de sus cartas. La señora de Zambada me muestra un Cristo en su recámara que también pintó él.

Sé que no voy a poder retener cada una de las respuestas del Mayo, o todos sus gestos y actitudes, así que los dejo ir. Le pregunto si ha valido la pena la vida que ha llevado.

–¿Por qué no?

–Porque está llena de muerte.

–Que yo sepa así terminan las vidas de todos.

Nos despedimos. Prometemos que nos volveremos a ver. Entonces sí dará una larga entrevista.

–¿Le gustaron los tamales?

–Cómo no.

–Le voy a mandar.

Dos semanas y días después, el 25 de julio de 2024, Ismael el Mayo Zambada es abducido y trasladado al aeropuerto de Santa Teresa, Nuevo México, tras una oscura operación realizada sin el conocimiento ni el consentimiento del Gobierno mexicano.

No volveré a ver a “El Mayo”, pero tengo otra parte de la historia: recluido el Vicentillo en Chicago, las autoridades estadunidenses le hicieron creer que su padre y su imperio criminal estaban a punto de derrumbarse. Vicente Zambada imaginó a su viejo, débil, sometido como él a un encierro insoportable. 

Estuvo abatido hasta que, de manera inesperada, llegó a sus manos Proceso y observó en su portada a un hombre erguido, con la barbilla apuntando arriba y el pecho hacia afuera. La fotografía de su padre era la de un hombre que no se da por vencido. 

El ánimo del vástago se fue para arriba. Es todo lo que sé. Y es posible que sea todo lo que voy a saber. 

Mantiene a su abogado

Ismael “El Mayo” Zambada compareció ayer en la Corte del Distrito Este de Nueva York para seguir con el proceso en su contra por narcotráfico, delincuencia organizada, lavado de dinero y portación ilegal de armas de fuego. El asunto principal de esta última audiencia era zanjar un aparente conflicto de interés. Frank Pérez, abogado del fundador de la organización criminal, es también el abogado de Vicente Zambada Niebla “El Vicentillo”, su hijo y colaborador clave de la justicia estadunidense, y como tal puede ser llamado a declarar contra su propio padre en el escenario de que el caso llegue a juicio. A pesar de esa posibilidad, el capo de 77 años decidió mantener a Pérez en su equipo de defensa. Al salir del tribunal, Pérez reconoció que ambas partes habían hablado de firmar un acuerdo de culpabilidad, precisamente para evitar un eventual juicio, aunque agregó que las negociaciones no han avanzado.

Después de dos meses y medio en una celda de máxima seguridad, “El Mayo” se volvió a mostrar con el uniforme de la cárcel y con la caballera un poco más larga y con más canas, aunque menos disminuido físicamente que en la sesión de octubre pasado, de acuerdo con el recuento de los periodistas que estuvieron en la sala. Del deteriorado estado de salud del narcotraficante, la DEA aseguró el año pasado que estaba enfermo, han alimentado las versiones de que un acuerdo para desistir del juicio es una posibilidad latente, incluso mencionada por la Fiscalía. No hay nada concreto por ahora. El capo aún mantiene su declaración de inocencia.

Mientras la cúpula del cártel de Sinaloa intenta sobrevivir al sistema legal de Estados Unidos, la facción que se mantiene fiel a Zambada y “Los Chapitos” libran una guerra intestina desde hace cuatro meses por el control de la organización criminal, que ha sembrado el caos y el pánico en Sinaloa.

 

Actividad criminal

Los 70: inicia su trayectoria en el narcotráfico en el cártel de Guadalajara, organización dirigida por Miguel Ángel Félix Gallardo, Ernesto Fonseca Carrillo y Rafael Caro Quintero.

Los 80: el Gobierno federal aprehende a los entonces máximos capos de la droga en México: Rafael Caro Quintero; Ernesto Fonseca y Miguel Ángel Félix Gallardo.

Los 90: la reestructuración de las organizaciones criminales mexicanas siguió a otras detenciones importantes, tales como las de Benjamín Arellano Félix y Osiel Cárdenas Guillén

2001: empieza a trabajar en colaboración con “El Chapo” Guzmán reforzando al cártel de Sinaloa, especialmente a través de su hijo Vicente Zambada
Niebla

2014: la DEA convierte al “Mayo” en el capo más poderoso del Norte de México el mismo día que “El Chapo” es arrestado.

2024: es detenido por autoridades estadunidenses en un aeropuerto privado, en Texas

 

 

Con información de Proceso

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