El próximo domingo 28 será el segundo debate entre Claudia Shienbaum, Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez, aspirantes a suceder al presidente Andrés Manuel López Obrador a partir del 1 de octubre próximo. Sobre el ejercicio previo, el cual dejó un mal sabor de boca, Federico Berrueto escribre en Espacio 4 (742): resultó más relevante para la prensa, los candidatos y sus respectivos equipos, que para los votantes. “Pocos lo atienden, si se considera el total de electores, aproximadamente once millones (11% de la lista nominal), que lo siguieron. El debate es para ganar votos; por ello la intensidad del posdebate. Todos invocan, de una manera u otra, éxito; incluso Álvarez Máynez y los suyos hablan de goliza”.
Berrueto dice que “al INE le ha tocado la peor parte. El formato fue consensuado con los partidos y los representantes de los candidatos y votado en el consejo general. El acuerdo debiera inhibir la cargada en su contra. Un formato más abierto significa empoderar más a los conductores, justo lo que no se quiere porque abre espacio a la discrecionalidad. El INE no puede invocar éxito, pero los impugnadores tampoco señalan que fue un desastre. De la mala experiencia se derivan lecciones que todas las partes deben asumir y actuar en consecuencia para los próximos encuentros. Como quiera que sea, el debate es una sacudida a las campañas y puede tener un efecto positivo.
“Es un hecho que las empresas productoras tuvieron un deficiente desempeño, evidente en el sonido y en el manejo de cámaras; también falló en el uso de los medidores de tiempo. No está por demás señalar que es una falta no encuadrar al que tiene la voz. Los candidatos están expuestos a mucha presión. Un debate es importante, así como la justa medida de su disciplina, preparación y capacidad para responder en condiciones inesperadas y difíciles. Una falla menor puede afectar el desempeño. Le sucedió a Claudia Sheinbaum y a Jorge Álvarez Máynez por sus cronómetros, sin embargo, no perdieron control y lo manejaron con soltura.
“Los conductores hicieron su parte en condiciones muy complicadas. Manuel López San Martín se manejó con cuidadosa discreción y Denise Mearker pudo resolver proactivamente las dificultades en la conducción ante la inconformidad de los candidatos por la asignación de tiempos y los cronómetros. Hay ruido en exceso entorno al debate porque la disputa que le sigue, el posdebate, resulta más relevante que el evento mismo y su efecto igualador, crucial para los candidatos opositores, quienes dejaron pasar la oportunidad, en parte por insuficiencia propia y por un formato saturado en temas que les restaba libertad y tiempo para debatir. Es evidente que después del evento haya una determinación por emparejar el desempeño. La oferta no puede imponerse a la confrontación de ideas y proyectos, en todo caso, es una llave para diferenciarse y realizar contraste con los competidores. En la evaluación no puede hacerse virtud la omisión que exhibió la candidata oficialista ante señalamientos que merecían respuesta.
“Aunque los debates tengan limitaciones y no sean determinantes para la mayoría de los votantes, su existencia es relevante para el voto informado, para conocer mejor a los contendientes y lo que ellos proponen o sostienen. El debate impacta a los medios, a los observadores de la contienda, a los equipos de campaña y a los mismos candidatos, así como a los intereses en su entorno. La realidad es que hay una sociedad distante de las campañas; muchos ya tienen preferencia, pero podrían cambiarla, además del segmento que no ha decidido y que es significativo, puede modificar las coordenadas existentes, aspecto muy difícil de medir en encuestas convencionales. (…) El debate presidencial, a pesar de su trascendencia y relevancia, no deja de ser un elemento con una fuerte carga de ficción sobre el desenlace final en la diversidad de los comicios en puertas”.
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