La llegada de diciembre, además de traer consigo frío y días más cortos, despierta en nuestros corazones una calidez especial: la Navidad. Un tiempo donde los símbolos se entrelazan con la memoria, tejiendo historias que trascienden generaciones, y en este lienzo festivo, cada elemento brilla con su propio significado y origen.
El Árbol de la Navidad, con su verde inquebrantable, se transforma eco de vida, que persiste en medio del invierno. Sus raíces se hunden en la antigüedad, de cuando los pueblos paganos decoraban los árboles como símbolo de vitalidad y renacimiento. Al adornarlo con luces y esferas, recordamos la esperanza y la alegría que pueden florecer incluso ante los tiempos más inclementes.
Las esferas, brillantes y coloridas, simbolizan la unidad y la armonía. Recogen la luz y la devuelven en destellos, como un recordatorio de los momentos compartidos y las risas que llena cada una de nuestras casas. Cada una de ellas, cuenta una historia, un deseo y un sueño, que perdurará incluso después de esta mágica temporada.
Alrededor del árbol, la corona de Adviento, nos invita a un viaje de espera y reflexión. Sus ramas verdes, unidas en un ciclo sin fin, representan la eternidad del amor divino. Cada vela que enciende, iluminando el sendero hacia la celebración del nacimiento que cambiaría al mundo.
El color rojo, vibrante y apasionado, evoca la calidez, entrega y amor desinteresado. Es el color de la sangre, que también nos recuerda el sacrificio y la pasión que sentimos por aquellos que amamos. En cada rincón decorado con este tono, se encuentra la promesa de un abrazo sincero y del amor.
Las campanas, aquellas grandes y pequeñas que resuenan en el aire y en las que su tintineo es música de celebración. Desde las antiguas tradiciones hasta el presente, su sonido anuncia la alegría, llamando a todos a reunirse alrededor de la Navidad. Cada campanada es un eco de esperanza y un llamado de paz, recordándonos que para encontrar el amor debemos escuchar con atención su llamado.
Los bastones de caramelo, dulces y coloridos, símbolo de la alegría infantil, nos recuerda al pastor que cuida de su rebaño, mientras que los colores representan el amor y la pureza. Al compartirlos, también compartimos sonrisas, dulzura y momentos de felicidad.
Y, por supuesto, los regalos, que llevan consigo la esencia del dar. Desde tiempos inmemoriales, intercambiar obsequios ha simbolizado amor y respeto. No se trata sólo de objetos materiales, sino de la intención y el cariño que se envuelven con esmero, como un reflejo del afecto que se comparte en esta época del año.
Finalmente, el nacimiento, el corazón de la Navidad, que nos recuerda al llegada del salvador en un humilde pesebre. Este evento, cargado de un gran significado, nos invita a reflexionar sobre la esperanza y la luz, que Jesús nos entrega desde su venida al mundo para nuestra salvación.
Este próximo 24 de diciembre, deseo que cada símbolo de la Navidad ilumine su hogar y su corazón. Que el árbol, la corona, las esferas, el rojo vibrante, las campanas, los bastones de caramelo y los regalos se conviertan en un canto a la unidad, la paz y el amor. Que cada uno de nosotros se convierta en faro de esperanza y alegría, recordando que, al igual que el nacimiento, siempre hay espacio para un nuevo comienzo. ¡Felices fiestas!
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