“El feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente”. S. de Beauvoir
La represión con productos químicos, desalojo y detenciones que sufrieron el pasado 8 de marzo nuestras compañeras que realizaban acciones de iconoclasia en el Congreso del Estado, fue explicado desde el poder con distintas versiones: inició con un envalentonado “yo di la orden por parte de la presidenta de la junta de Gobierno”; más tarde desapareció el artículo donde lo decía; a los días, negó siquiera haberlo dicho y finalizó con la defensa por encargo, donde comentócratas negaban que fuera privilegiada.
Un movimiento social que no molesta, deja de serlo y se convierte en marketing.
Ese feminismo en blanco cómodo para las élites, sumiso con el poder que surgió espontáneamente después de la designación en áreas burocráticas, “de la mujer” creadas para aparentar paridad y maquillar la lucha mientras se desconocían derechos reproductivos y políticos.
Esa institucionalización del feminismo intenta despolitizar la condición de las mujeres, despojarlas de la decisión existencial que se va dando de manera directa, vivencial y transversal con intervenciones sobre las calles, los edificios y hasta los cuerpos.
En lugar de la impostura de lucecitas moradas, la casa del pueblo debe respetar el derecho de manifestación del feminismo como desobediencia popular, masiva que, alejada del privilegio que da la complacencia al poder a cambio de aparentar compartirlo. No lo define el uso de una marca de ropa, maquillaje o auto.
Es nuestra ruta contra el patriarcado y las estructuras de dominio construidas en torno a él, interviniendo un edificio lo que lo representa.
En esa lucha nos encontramos todas las hermanas, como primavera de marzo donde renacemos en pañoletas moradas de tonos verdaderos y dignos con un canto de todas que me lleve a tu lado donde me encuentres si llegas a escucharlo. Nuestro canto de marzo que dure en el año.
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