En el mundo jurídico, no hay derechos sin obligaciones. Es algo que se enseña desde las primeras semanas de la carrera en Derecho. En realidad, los seres humanos lo aprendemos ya en las primeras semanas de vida. Sin embargo, muchas veces se nos olvida y solo tenemos pretensiones, exigiendo a los demás —sea el Estado, las instituciones o simplemente otras personas— que nos den lo que creemos que nos corresponde, sin poner nada de nuestra parte. A veces, aunque seamos adultos, actuamos como si fuéramos bebés, como si no tuviéramos también alguna responsabilidad en el ejercicio de nuestros derechos.
Queridas personas lectoras, estoy segura de que ya tienen la respuesta a la pregunta que estoy a punto de hacerles. Si les preguntara: ¿de quién es la responsabilidad de luchar para que nuestros sueños y deseos se hagan realidad?, tengo la firme convicción de que la mayoría de ustedes contestaría: cada quien es responsable de sus propios sueños. A pesar de que tenemos muy clara la teoría, seguramente aún enfrentamos varios bloqueos u obstáculos que nos impiden, en nuestras vidas, conseguir lo que queremos.
Tal vez se trate de algo que no dependa completamente de nosotros, y eso nos deja con la sensación de tener las manos atadas. En ese caso, propongo que reflexionemos con mayor profundidad para revisar si, en efecto, no tenemos ningún tipo de control sobre la situación o si existe alguna alternativa que eventualmente pueda acercarnos al resultado que anhelamos.
En otros casos, la imposibilidad de superar los obstáculos que nos separan de nuestros sueños puede ser señal de que estamos recorriendo el camino equivocado. Quizá tengamos muy claro el destino al que queremos llegar, pero no estamos tomando la ruta adecuada. O tal vez, simplemente, nos equivocamos al identificar cuál era realmente nuestro sueño. A veces creemos que nuestro sueño tiene ciertas características, quizá porque son las más familiares o porque parecen más fáciles de alcanzar (ya que las tenemos frente a nosotros), y no nos damos cuenta de que, en realidad, nuestro objetivo era otro. Hemos desviado nuestra atención y energía hacia algo que parecía importante, pero que al final no lo era.
Pienso, por ejemplo, en aquellas personas que se quieren casar o formar una familia a toda costa, sin importar con quién, y muchas veces sin tomar en cuenta su propia felicidad o tranquilidad. En estos casos, el objetivo real no es construir un proyecto de vida junto a otra persona, sino alcanzar la felicidad a través de un estatus. La sociedad nos ha enseñado que la receta de la felicidad reside en estar en pareja, como si la soltería fuera, en cambio, el lugar de la tristeza eterna.
Esta enseñanza puede llevarnos a buscar la felicidad en el lugar equivocado, llevándonos incluso a aceptar situaciones donde no recibimos la importancia que merecemos con tal de no estar solos. Podríamos citar una infinidad de ejemplos. Sin embargo, lo que seguramente muchas personas compartimos es el enojo, la tristeza o la frustración que sentimos cuando nos enfrentamos a situaciones donde no somos valorados, ya sea porque nos tratan de forma distinta a como creemos merecer ser tratados o porque nosotros, en su lugar, habríamos actuado de otra manera. Muy probablemente, en esos momentos, pensamos que lo más justo es reclamar a los demás y exigirles que nos den lo que creemos merecer.
Quizá puede pasar que las personas con las que convivimos no se den cuenta del impacto que su actitud tiene sobre nosotros, incluso después de varios intentos de explicarnos. O, por el contrario, sí lo saben perfectamente y simplemente hacen lo que quieren o consideran mejor. Ellos no se están equivocando: somos nosotros quienes cometemos un error al intentar obtener algo de alguien que no puede o no quiere dárnoslo. No podemos conseguir amor de quien no nos ama. No podemos obtener compromiso de quien no se quiere comprometer. No podemos esperar atenciones de quien no desea darlas.
Así como cada uno tiene la responsabilidad de luchar por lo que quiere, no debemos insistir en lo que no nos interesa. Del mismo modo, debemos aceptar cuando alguien no nos reconoce como prioridad. Esa persona nos coloca en un lugar distinto al que quisiéramos ocupar y no está dispuesta a luchar por nosotros. Y está bien. Lo que sí debemos hacer es no aceptar ese lugar. Porque quien no está dispuesto a luchar por ti, no te valora de verdad.
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