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Coahuila

Sembrar cordialidad

Por María del Carmen Maqueo Garza

Hace 35 minutos

Cada día me encuentro más convencida de que la vía pública es el gran laboratorio donde se estudia la conducta humana. Avanzamos por calles y avenidas poco conscientes de la forma como nuestros estados internos se ven reflejados en los modos de actuar y de reaccionar ante los estímulos que vamos enfrentando.

Cuando hablamos de la conducta humana podemos decir que hay dos polos alrededor de los cuales esta se desenvuelve: El primero es el ego, esa parte de nosotros mismos que se ocupa de lo propio, partiendo de las particulares creencias. Por otra parte, está la empatía, la actitud de ver por los demás igual que hacemos por nosotros mismos. Cuando vamos como conductores suele dominar el ego, soy yo tras el volante frente al mundo; al cambiar la luz del semáforo a verde, en forma inmediata comienzo a accionar el claxon con impaciencia, urgiendo al de adelante a avanzar a la velocidad que yo espero que haga. Es casi un reflejo que no apuesta en absoluto hacia la cortesía. Me atrevo a afirmar que a todos nos mueve una urgencia irracional. No pasa nada si el de adelante se demora un par de segundos en avanzar, pero ya para entonces nuestro claxon ha enrarecido el ambiente, tanto en cuanto a ruido como en generar ansiedad en derredor. Vamos coleccionando durante el día instantes como este, lo que lleva a generar un nivel de estrés tan innecesario como perjudicial.

Me sorprende que en diversos países europeos el claxon prácticamente no se utiliza; hay un patrón de cordialidad entre automovilistas, que beneficia a todos. Tanto conductores como peatones acatan las reglas del orden vial y el ambiente está libre de violencia sonora. En cambio, nosotros en México solemos conducir muy a la ofensiva, teniendo al ego como piloto, de modo de exigir en cada tramo lo que es mejor para mí, en el justo instante, sin tomar en cuenta las necesidades de los demás.

Alguna cadena de farmacias a nivel nacional ha lanzado una campaña que apela a la bondad del ser humano. En sus establecimientos llevan a cabo actos cordiales a favor de la clientela, que invitan a que ese cliente que resulte beneficiado multiplique las acciones más delante. Es un patrón de “pay it forward” que invita al agradecimiento. Algo parecido podríamos implementar nosotros, como simples ciudadanos, cuando nos hallamos fuera de casa: Un gesto amable que se dispensa de manera gratuita, bien puede generar una ola de amabilidad hacia otras personas, de modo de sembrar cordialidad en el mundo. No tienen que ser cosas elaboradas, un simple sonreír al que viene de frente; dar el paso en un crucero o a la entrada de un establecimiento; respetar los cajones especiales en los estacionamientos, y acatar el semáforo cuando marca luz roja. El primer beneficiado con ello soy yo mismo, se dibuja una sonrisa en mi rostro y todo resulta más sencillo. Ya luego son los demás que reciben la bondad de mi actitud.

El ego nos llama a medir antes de dar, esto es, desde lo que consideramos la propia valía, asegurarnos de que quien va a recibir el beneficio de nuestro acto de bondad sea merecedor del mismo. Ello está regido por el ego, por la idea de ponerme yo por delante de los demás y calcular lo que doy, y escatimar mis dádivas. Ello refleja un egoísmo que se aleja por completo de la actitud generosa que requiere el mundo.

Afirman los estudiosos que en el amor lo más sencillo es dar después de que me han dado. Como dice el evangelio de Lucas: ¿Qué mérito tienen ustedes al amar solamente a quienes los aman?, es muy fácil amar en correspondencia, como un pago a lo recibido. En estas circunstancias el ego actúa de acuerdo con lo que recibe. Ahora bien, ¿cómo avanzar hacia la generosidad, esa que permite esmerarme en mi forma de actuar hacia los demás, tanto como a mí mismo? Considero que lo conseguiremos en la medida en que operemos a partir del corazón, entendiendo que en este planeta todos somos igual de importantes, y que es absurdo buscar colocar por delante lo mío personal, en perjuicio de lo ajeno.  Una cosa es el amor propio, eje a partir del cual podemos amar a otros; una muy distinta es el egoísmo, que prima lo personal hasta las últimas consecuencias antes que el beneficio colectivo. 

¿Qué pasaría si nos proponemos llevar a cabo pequeños actos de bondad hacia personas que no conocemos, así nada más porque sí? Luego ir avanzando hasta lograr amar a quienes nos han hecho daño, dispensando nuestra generosidad por encima de sus acciones. Yendo hasta la médula de sus sentimientos para entender que actúan así movidos por el miedo o por un dolor muy añejo que no les permite expresarse de otro modo.

Las grandes diferencias parten de los pequeños momentos, cuando nos proponemos actuar en lo ordinario de manera extraordinaria.

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