La pandemia del Covid-19, causó tribulación y sin duda aumento del gasto en salud entre las familias radicadas en el país. Según datos de la Secretaría de Salud fueron 298,161 decesos en un lapso menor a 24 meses.

Otra fuente, pero internacional, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima la muerte de 626,000 personas, cifra que abarca tanto a aquellas atribuidas directamente al virus, así como a las ocurridas por la saturación de la capacidad de atención de los hospitales, que se vieron incapacitados para atender diligentemente a los pacientes ingresados por otros padecimientos ajenos al germen.

Cualquiera de las dos fuentes consultadas, señalan la lamentable e irreparable pérdida de seres humanos, como consecuencia de lo ignoto y sorpresivo de la pandemia, y desde luego también debido a la formulación de políticas y programas de salud pública que no dimensionaron la magnitud de la contingencia sanitaria, que fueron incapaces de salvar vidas.

Por si lo anterior fuera irrelevante, el Covid-19 trajo, aparejado también desequilibrios en los mercados de trabajo, financiero, y pensiones, asimismo hizo estragos en la conducción de la política nacional.

Mercado Laboral

Este, se configura por dos tipos de empleo: formales e informales. Los primeros agrupan a trabajadores, que cuando son contratados reciben del Gobierno y de los empleadores las prestaciones sociales de ley; los segundos son aquellos que laboran al margen de los beneficios de la seguridad social, realizan actividades económicas no reguladas por ninguna institución gubernamental.

Una de las peculiaridades del desequilibrio laboral por el coronavirus, en relación a otras crisis no vinculadas con la salud pública, fue que disminuyeron tanto las contrataciones de trabajadores del sector formal como las demandas de trabajo del informal de la economía.

Este último, como habitualmente había sido, ya no fue el refugio o recipiente de los trabajadores despedidos de los negocios establecidos. La paralización de varios sectores económicos afectó sin distinción a todo tipo de empleo, independientemente de su naturaleza.

Otro de los cambios que se dieron, fue el lugar de trabajo, durante el resguardo sanitario, cerca del 66% de las pequeñas y medianas empresas en México, trasladaron sus actividades que desarrollaban los trabajadores en las plantas a que, las realizaran virtualmente desde la comodidad de sus hogares; al terminar las restricciones de movilidad, muchas de ellas, consideraron el trabajo desde casa como una opción más a seguir.

La pandemia obligó a las empresas a redirigir sus objetivos en el corto y mediano plazo, invirtiendo más en software de vanguardia, que maximizaran las comunicaciones a control remoto entre empleados y empleadores, pasando a un segundo plano la construcción y alquileres de espacios físicos para oficinas.

La buena noticia fue que los impactos al mercado de trabajo fueron transitorios, después de alcanzar una tasa de desempleo nacional del 5.5% a principios de 2021, no tardó ni dos años en bajar hasta 3.2% en 2023.

Aspectos sicosociales

Después de que se logró controlar el coronavirus mediante la vacunación masiva de la población, se presentaron algunas disfunciones de carácter sicosocial en las familias, que pudieran asociarse al encierro y teletrabajo.

Por ejemplo, en 2019 se reportaron 142 feminicidios en el país, y la cifra subió a 167 en 2020. Los divorcios. En 2019 (prepandemia) la tasa fue 1.84 divorcios por cada 1000 habitantes, pasando a 1.90 divorcios por cada 1000 habitantes en 2023 (postpandemia).

Pero en Coahuila las cifras de divorcios fueron más elevadas, que la media nacional, para el período: 2019-22, en 2019 la tasa de divorcio fue de 2.0 divorcios por cada 1000 habitantes y en 2022 se ubicó en 5.21 por cada 1000 habitantes.

Mientras en la misma entidad federativa las denuncias por violencia contra la mujer alcanzaron las 88.1 por cada 100,000 mujeres en 2022, más del doble de las que se contabilizaron en el año previo a la pandemia.

Mercado Financiero

Durante la pandemia los mercados financieros internacionales experimentaron una inusual volatilidad, atribuida no ha variables estructurales macroeconómicas, sino al desconcierto que producía el cómo enfrentar la crisis de salud.

En el caso del Gobierno mexicano, las intervenciones de la SHCP y Banco de México para apoyar a la empresa fueron marginales. Dejaron la paridad cambiaria peso-dólar en manos del mercado de divisas.

La libre flotación dio como resultado que el peso se depreciara frente a la moneda estadounidense 5.35% entre 2019 y 2021. Y por otro lado las políticas de relajación cuantitativa brillaron por su ausencia.

Al terminar la contingencia sanitaria se puede decir, con la seguridad que dan las estadísticas, que los mercados de dinero y capital, al igual que el laboral, en pocos meses pudieron recuperarse.

Los efectos más severos del Covid-19 se dieron en el crecimiento económico (PIB) que cayó a -8.6% en 2020, lo que influyó para tener un paupérrimo crecimiento durante el sexenio 2018-24.

El otro mercado, que salió perjudicado fue el pensionario, en virtud de que varios sistemas de jubilación no están financiados, sino que requieren de transferencias públicas.

Al ralentizarse el crecimiento económico disminuyó la tasa de ahorro para la jubilación; además, las tasas de reemplazo bajaron su poder adquisitivo por los niveles de inflación; otro elemento adverso fue el adelantamiento de pasivos a los beneficiarios por el incremento de tasas de mortalidad debidas al Covid-19.

Las variables mencionadas causaron fisuras en el mercado pensionario. Y quizá lo más grave, que provocó la enfermedad viral. Cambios en la equidad intergeneracional.

[email protected]