América Latina ha sido escenario de seductoras exageraciones. Los cronistas de Indias hablaron de caminos de oro que llevaban a la fuente de la eterna juventud. Desde entonces, la realidad trata de asemejarse al delirio.
En su discurso del Premio Nobel, García Márquez comentó: “La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santa Anna, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial.
“El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la Plaza Mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas”.
López Obrador actualizó esta cadena de disparates al proponer la rifa del avión presidencial. De tan majestuoso, el premio sólo podía perjudicar a quien lo recibiera, pues las viviendas de la patria no suelen tener hangar.
La más reciente contribución al realismo mágico proviene del dictador venezolano Nicolás Maduro, que estableció un nuevo periodo para la Navidad: del 1 de octubre al 15 de enero. En 2021, su homólogo de Corea del Norte, Kim Jong-un, prohibió que sus súbditos rieran durante los 11 días de luto decretados para honrar el décimo aniversario de la muerte de su padre.
Con idéntico sentido del capricho, Maduro ordena lo contrario: tres meses y medio de rumba permanente. “Está prohibido aburrirse”, decretó, acompañado de la canción “Corre caballito”.
En su otoño como patriarca, Maduro señala que la Navidad no puede estar en manos de “unos tipos con sotana”, lo cual significa que debe estar en manos de un tipo con bigote. La democracia bolivariana responde a un silogismo: el legado de Jesús no pertenece a la Iglesia, sino al pueblo y el pueblo es encarnado por el líder (su uniforme arropa multitudes).
Aunque América Latina ya había visto notables despropósitos, por vez primera experimenta la condena de ser feliz y bailar merengues de Bonny Cepeda y Omar Enrique. Sin embargo, ordenar la dicha es más difícil que cumplirla. El Santa Claus tropical tendrá que encontrar una original manera de entrar a las casas de un país sin chimeneas.
Sorprende que algunos sectores de la izquierda aún vean con simpatía al tirano que sustituyó a Hugo Chávez y que el 28 de julio desconoció la voluntad popular.
Sólo cuatro gobiernos de la región reconocieron un triunfo que no fue avalado por los conteos: Honduras, Cuba, Nicaragua y Bolivia. Aun así, la desconfianza ante la oposición y el temor de que regrese una “democracia burguesa” han provocado que ciertos sectores progresistas sigan simpatizando con Maduro.
En ese ámbito, no han faltado ejercicios de posverdad, como una encuesta fantasma hecha en Miami, ni la puesta en práctica del “síndrome de Pinocho”, destinado a señalar que el imperialismo miente siempre (si Estados Unidos inventó las armas de destrucción masiva en Irak, es capaz de inventar cualquier otra cosa).
Conviene citar la opinión de un destacado zapatista a propósito del absurdo apoyo al fraude en Venezuela: “Se piensa que la lucha por la democracia le pertenece a la derecha. Así, la izquierda está derrotada de antemano”.
Por su parte, el ensayista Rafael Rojas comenta: “La diferencia entre el resultado del cómputo de la oposición (67% a favor de Edmundo González Urrutia y María Corina Machado) y del Gobierno a favor de Maduro (de 51%), se ubicaba en 16%, una buena cantidad de votos que sólo podía producirse por medio de una flagrante manipulación del sufragio”.
Dispuesto a reelegirse de manera indefinida, Nicolás Maduro repartirá turrones imaginarios en su invisible trineo. El autócrata aspira a sobrevivir a base de promesas. Mientras tanto, el pueblo, siempre esperanzado, coloca sus calcetines en espera de auténticos regalos.
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