A fines de 1693, fray Juan Larios Villela llega a Saltillo con la previsión que le fuera concedida por la audiencia de Guadalajara y un mandamiento del Gobernador de la Nueva Vizcaya, dirigida al capitán de guerra de la villa de Santiago, para que éste, acompañara al misionero por el norte de esta provincia.
El fin de esta entrada, era la fundación de varios pueblos en donde congregar a los indígenas de la región llamada ‘quaguila’.
Después de días logra el acatamiento de Francisco Elizondo, partirá los primeros días de 1674.
Con él, irán sus hermanos espirituales fray Francisco Peñasco de Lozano y fray Manuel de la Cruz, acompañados del teniente protector de la frontera, don Francisco Barbarigo.
Tras penas y fríos, el 27 de enero de 1674, llegaron a un paraje de bosques y manantiales, donde se sorprendieron de encontrar una gran cantidad de jacales dispuestos de forma irregular por todo aquel bajío, los indios comenzaron a salir a recibir a los misioneros, estos caminaban recelosos, se adivinaba el miedo, para al estar cerca, se alegraron al ver sobre los techos de los jacales tenían una cruz, era cosa de alabar a Dios y dieron por bien empleados los trabajos padecidos, de entre las sorpresas quedaba otra, que los caciques llevaban al cuello tres cruces, era evidente que el sacrificio de los primeros misioneros no había sido en vano y ahora quedaban en sosiego indios y para sorpresa, en las entradas de los jacales, tenían cruces, y por encontrar a todos en paz, le llamaron “San Ildefonso de la Paz”, por haberlos encontrado en paz y reunidos para recibir a los misioneros. Se alojaron en las chozas que se les había preparado y que les protegería e la noche fría, un remanso en las penurias pasadas.
Al otro día, el padre Larios ofició misa y el capitán Elizondo entregó bastones de mando a los jefes de aquellas naciones.
A esta ceremonia acudieron 543 nativos. Poco tiempo después, el lugar fue abandonado, el alimento escaseaba y tuvieron que continuar en su natural nomadismo.
San Ildefonso dejó un punto en el mapa, para que 75 años después, tan solo un poco más al norte, a solo una legua de distancia, en la ribera del río Escondido, fuera el lugar elegido por el virrey, Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, conde de Revillagigedo, para que firmara, el 29 de diciembre de 1749, el decreto para que se fundara la “Villa de San Fernando de Austria” en el Valle de las Ánimas, fundación que se logró hasta el 1 de febrero de 1753.
El nombre de Austria es por la casa real regente de España. Se nombró un procurador general de tierras, recayendo este nombramiento en Gerónimo Flores.
Se dejaron 18 hombres para cortar madera y edificar las primeras casas. Terminado el trámite, el gobernador regresó al presidio de San Juan Bautista de Río Grande.
El 7 de agosto de 1827, el Congreso local decretó que cambiara de nombre a San Fernando de Rosas, de igual manera, el 27 de febrero de 1868 se le cambia el nombre a Zaragoza con la categoría de ciudad, para honrar la memoria del general Ignacio Zaragoza.
Pero San Fernando de Austria fue el antecedente de esta pintoresca y antigua población que ya tiene 275 años de haber sido ordenada su fundación y 271 años de ser villa, como San Fernando de Austria. (Resumen elaborado del libro “San Fernando de Austria, aquí empieza la Historia”, de José Alberto Galindo Galindo, cronista de Zaragoza)
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