El escritor y docente Jaime Torres Mendoza analiza en Espacio 4 (765) el estado de la educación en nuestro país y desentraña sus derivas. “Las políticas públicas de cualquier Gobierno —apunta— debieran ser fruto de ponderada reflexión y no de caprichos pasajeros porque si no es así, nada se puede conseguir en cuanto a la construcción de una aspiración real por beneficiar a la asamblea ciudadana a la que se gobierna. En el caso de la educación, las políticas públicas de nuestro Gobierno parecen un capricho donde podría surgir una pregunta perturbadora: ¿al servicio de quien está la educación en México?
Torres apunta que su reflexión debe situarse en el contexto de “la realidad mexicana y en este momento histórico en particular, nada más”. Sus años de experiencia le indican que “todo proceso educativo conlleva el compromiso implícito con la transformación de la sociedad”. El subdesarrollo educativo lo entiende, no por su atraso, sino por su dependencia, “resultado de las manipulaciones ideológicas que mantienen al pueblo mexicano en condición de sumisión y pacífico aletargamiento”.
”Por eso creo que el camino del desarrollo equivale al cambio social estructural. Y para alcanzarlo no basta la institución educativa escolarizada, justamente porque aparece como dependiente del poder que rige la sociedad y, por tanto, responde a los intereses de la clase dominante, es decir, Gobierno y dinero. Pero a la vez me veo obligado a afirmar que no se puede dar ningún cambio social estructural sin la educación de la conciencia de los individuos, donde está el verdadero cambio transformador. Si esto no se diera así se caería en una nueva situación de dependencia.
”El problema de la situación educativa en México es de carácter histórico. Hoy en día se ha reducido prácticamente a lo escolarizado. El problema con este sistema es que reviste un carácter de obligatoriedad y universalidad que la convierte en un canal educativo del cual nadie puede, literalmente, excluirse. Oficialmente se presenta como una bondad institucional. La retórica oficial la describe como una institución social en la cual participan estudiantes de determinadas edades, en forma regular, asistiendo a una enseñanza transmitida en clases centradas en un docente para darle cauce a un currículum graduado, para después ascender de las etapas inferiores a las superiores del conocimiento”.
Torres observa, sin embargo, que “una escuela así es discriminatoria pues desacredita otras formas de educación y fortalece la creencia de que todo lo que se aprende en el aula debe ser enseñado por alguien; lleva implícita la negación de otras formas de aprendizajes. Una escuela así limita la vitalidad del estudiante y atrofia la imaginación creadora. Con esa visión institucional, lo que en realidad la escuela enseña es el sometimiento y suprime el potencial transformador que debiera tener la educación en una sociedad históricamente alienada. Por si algo faltara se ha hecho creer que enseñar es una tarea difícil y, por eso, ha sido reservada a los iniciados.
”De esa manera, la educación que debió haber nacido como una tarea social, hoy en día se ha convertido en un ritual meramente burocrático, llevado a cabo sin pasión ni visión ni proyección de futuro. En la práctica se constata en cada uno de sus actos que es selectiva, puesto que monopoliza la asignación de roles y tareas específicas dentro la sociedad. México es dependiente en su pasado y en su presente. Ningún régimen político ha sido capaz de instalar al país en la ruta de un desarrollo que le permita situarse en una mejor condición de bienestar. Hoy esa situación mantiene y agrava la realidad del subdesarrollo, marginalidad y opresión”.
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