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Rey del Cash

Por Denisse Dresser

Hace 1 año

Como dice la frase atribuida a Baudelaire, “El mayor truco que el diablo ha hecho, fue convencer al mundo que no existía”. López Obrador convenció -y sigue convenciendo- a muchos de que el mal uso de dinero en su trayectoria es inexistente. Presume cuán impoluto es. Cuán limpias son sus manos. Cuán diferente es su Gobierno. Cuán blancas son sus plumas a pesar de haber cruzado viscosos pantanos políticos desde los 80: primero en el PRI, luego en el PRD y finalmente en Morena, para llegar a Palacio Nacional. Pero la lectura del libro de Elena Chávez, El Rey del Cash: el saqueo oculto del Presidente y su equipo cercano, relata una historia muy distinta. Ahí aparece un perfil lejano al hombre humilde con solo 200 pesos en la cartera. Según la expareja sentimental de César Yáñez, AMLO y el “nutrido clan que le besa la mano” son, ni más ni menos, los nuevos saqueadores. Llevan décadas operando un laboratorio de lavado de dinero, extraído de los bolsillos del pueblo y del erario.

A lo largo de una crónica política, personal y financiera de AMLO y su círculo cercano, emerge la verdadera faz de la 4T. Cómo de manera calculadora y astuta, AMLO y los suyos promueven un cambio financiando con dinero oculto, que esconde una gran simulación. Bajo las órdenes de López Obrador, Alejandro Esquer -actual secretario particular del Presidente- monta un esquema de recaudación y distribución ilegal de dinero para financiar al hombre, al partido, al movimiento. Gabriel García Hernández -el operador de Honestidad Valiente A.C.- recaudada y distribuye. Mario Delgado desvía dinero a AMLO desde la Secretaría de Finanzas del DF. Octavio Romero Oropeza -actual director de Pemex- institucionaliza el moche a los trabajadores de confianza del Gobierno de CDMX. Y tantos más, encargados de proveer una fuente inagotable de recursos para mantener políticamente vivo a López Obrador. Una multitud de testaferros, unidos por la omertá, pegados por el amor a un hombre o por el miedo que le tienen.

He ahí los nombres de quienes sacaban dinero de las arcas del Distrito Federal, de distintas Secretarías, de la Asamblea Legislativa, del Metro, de la Red de Transporte para Pasajeros, de la Línea 12, de los gobiernos perredistas de los estados para pagar la mensualidad exigida por AMLO. He ahí la responsabilidad de empresarios que “aportaban” a la causa y recibían contratos a cambio: José María Riobóo, David Daniel, Miguel Rincón Arredondo. He ahí el involucramiento de personajes como Julio Scherer Ibarra y Manuel Bartlett y Ariadna Montiel. Los sobres amarillos -grandes y pequeños- que pasaban de mano en mano. Los moches que no se descontaban del salario para no dejar huella, porque el trabajador de muy “buena gana” y con “gran entusiasmo” los aportaba en efectivo.

Todos sumisos. Todos cómplices. Todos aceptando la consigna “Si te descubren, te echas la culpa y te quedas callado”. Porque ser operador de López Obrador implica servirlo a él, pero también servirse con la cuchara grande. Financian el plantón en Reforma pero también se financian a sí mismos. Cargan maletas con dinero en efectivo para el PRD/Morena, pero se quedan con una parte. Subvencionan la estructura de partido y también llenan sus cuentas bancarias. Sufragan giras a lo largo del país para el candidato, y también compran casas y terrenos y relojes y camionetas y bodas fastuosas. Organizan “pases de charola” con empresarios, copiando la estrategia de Carlos Salinas.

La crónica del “cash” se lee con rabia, con desilusión, con ganas de gritar. El candidato y después Presidente se quejaba de los grandes saqueos como Pemexgate y Fobaproa que lo precedieron. Pero denunció el saqueo y al mismo tiempo lo imitó. Denunció el latrocinio y simultáneamente lo permitió. Se construyó como la víctima de una cruel pandilla de políticos ladrones, y transformó a sus colaboradores en políticos ladrones. El auténtico opositor del sistema resultó ser una criatura del sistema, y lo puso a su servicio. AMLO, el hombre sencillo, modesto, cruelmente perseguido por el Estado, incorruptible, justiciero, que México necesitaba con urgencia para evitar que siguieran saqueando al país, es lo que denunció: un saqueador. Pero como bien lo dijo él mismo: “la historia me juzgará”. Y al consignar cómo jineteó recursos de todos los mexicanos, quizás el juicio no será lisonjero sino implacable.

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