Que apacible se siente a esta hora del día… suspiro y reflexiono acerca de Sir Isaac Newton, sobre el día en que se supone le cayó en la cabeza la famosa manzana de un árbol; relativa la historia, pues fue solamente el propio Newton quien presenció el hecho, y pensar que fue gracias a Voltaire que divulgó la anécdota que se hizo tan famosa, palabras más palabras menos, tenemos sólo folclor y una idea somera de lo que realmente sucedió; si mi memoria no se equivoca, la dichosa manzana sólo cayó cerca de él, mas no en él; su mirada analítica reparó en la caída siempre perpendicular de la manzana sobre el suelo, lo cual supuso, se debería a que la tierra la atrae.
Proseguí mi camino y tomé una manzana roja para brindar mordida tras mordida, por Newton y Voltaire, caminando por un paisaje lleno de nogales al atardecer, se me vino a la mente que ambos son personajes ilustres de ascendencia francesa y que últimamente he tenido que reflexionar, sobre una de las mayores aportaciones de Francia para el mundo, que prevalecerá creo para la posteridad.
Me refiero a la declaración de derechos del hombre y del ciudadano firmada en el año 1789 en la legendaria Revolución Francesa, la cual tiene notoriedad desde dos puntos de vista, el moral y político, debido a que por una parte enaltece los derechos naturales inalienables (aquellos que tenemos por el hecho de ser personas) y además prevé las condiciones necesarias para el ejercicio de los derechos naturales e individuales.
Lo cual, me lleva de vuelta al famoso François-Marie Arouet, mejor conocido como Voltaire, por ser el seudónimo que utilizaba al escribir; sin embargo era abogado, historiador y filósofo.
De él tenía yo una opinión un tanto radical, además que asocie su nombre a algo desagradable debido a una película francesa intitulada “La faute à Voltaire” o La culpa la tiene Voltaire, en su traducción al español, la cual trataba sobre la condición de los inmigrantes argelinos en Francia, así que, al estar nosotros en la frontera norte del país me sentí muy identificada en cuanto a la realidad de nuestros compatriotas en el vecino país, en fin, después de ver la película claro que le atribuí poco de culpa al dichoso Voltaire.
Ahora, que han pasado suficientes años desde que escuché ese nombre, he conocido más de sus obras y hay mucho que analizar en su pensamiento, pues es uno de los representantes de la ilustración, aquella que privilegia el poder de la razón humana, la ciencia y el respeto por la humanidad.
Se dice que Voltaire defendió la tolerancia por encima de todo, pero de lo que aprecio yo más remarcable, es su discurso moral, evocando al filósofo inglés John Locke, adapta su discurso a principios positivos y utilitarios, afirma además que todo lo que aprendemos es en base a la experiencia y que lo demás sólo son hipótesis sin comprobar.
En concreto, el fundamento de su discurso puede centrarse en que la labor del hombre es tomar en su mano su propio destino, mejorar su condición, garantizar, embellecer su vida con la ciencia, las artes y una buena política social.
Además señala que la virtud, es dictada a la vez por el sentimiento y por interés, por lo que el papel de la moral, es enseñarnos los principios de la moral y acostumbrarnos a respetarlos.
Esta ideología con la que comulgaba Voltaire, me trae remembranzas además de uno de los postulados del ideario político del Siervo de la Nación, mi muy admirado José María Morelos y Pavón quien plasmó en uno de los puntos de sus Sentimientos de la Nación, algo muy acorde a lo que acabo de mencionar sobre el discurso moral de Voltaire.
En el punto 15 número de los Sentimientos señaló: “Que la esclavitud se proscriba para siempre y lo mismo la distinción de castas, quedando todos iguales, y solo distinguirá a un americano (nacido en el continente Americano) el vicio y la virtud.
Siendo este, un ideal que considero se nos sigue debiendo desde los anales de la independencia nacional, hasta nuestros días en la actualidad.
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