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Por ESPN
Publicado el viernes, 29 de noviembre del 2024 a las 13:32
Ciudad de México.- Cuatro años después de la fatalidad, se ha extinguido la sombra de la tragedia. Cuatro años después, los malos augurios se han transfigurado en generosas esperanzas. Raúl Jiménez, el Lobo de Tepeji, aúlla con más fuerza.
Cuatro años después de aquel choque de cabezas con el brasileño David Luiz (29 de noviembre de 2020), allá arriba en la estratósfera donde sólo sus estaturas y su potencia atlética podían colisionar siniestramente, Raúl Jiménez aún se yergue como futbolista de primer mundo.
El Lobo de Tepeji aún aúlla. Y lo hace con todas las connotaciones del ulular de la especie salvaje: marca territorio, convoca a la manada y desencadena emociones. La luz que se extinguía en su mirada y en los histéricos aparatos de resucitación de los médicos, cuatro años después, cobra la vehemencia en la cancha y en la vida diaria.
Tras los periplos angustiantes y casi sobrehumanos de revivir, pervivir y sobrevivir, el delantero mexicano del Fulham vive en la plenitud, a pesar de esos meses eternos en que la tragedia lo alejó de la vida generosa de una cancha de futbol, y cuando se pensaba que debía darle gracias a la vida por la vida misma, y que debía olvidarse del perfume a clorofila, de la redondita y del clímax de la red.
“OPERAMOS O SE MUERE”
Hace cuatro años, al minuto cinco, Raúl Jiménez, entonces en el Wolverhampton Wanderers, saltó por un balón. El brasileño David Luiz salió también de cacería detrás del esférico. El choque fue brutal. Jiménez se desplomó inconsciente. Luiz se convulsionaba de dolor. Los compañeros estaban alarmados. La consternación era evidente en los rostros de los médicos.
Años después, Daniela Basso, esposa de Raúl Jiménez, relata cómo se trasladaba al hospital londinense con su hija Arya recién nacida. Alarmada, porque los narradores del partido en la televisión inglesa, la dejaron en un cruel y dramático impasse de suspenso y misterio. “Raúl está…”, y después de una pausa prolongada, “Raúl está muy mal”.
En el traslado de más de tres horas desde Wolverhampton hasta Londres por la autopista M40, Daniela recibió la noticia de que Raúl iba rumbo al quirófano. “Lo operamos o se muere”, fue el veredicto drástico y dramático a través del celular en la medianoche de ese 29 de noviembre.
Muchas historias, muchos mitos, muchas verdades después, sólo quedan los testimonios frescos de Raúl Jiménez. Ya no hay ese matiz, esa huella profunda de lamento, ni siquiera de resignación. El delantero mexicano está ya del otro lado del territorio infértil de la abnegación, y la autoflagelación del sufrimiento, del fatalismo, del “¿por qué a mí?”, del dolor, de la incertidumbre.
CONTRA PRONÓSTICO…
Raúl Jiménez ha cruzado el puente fortuito de la resurrección. En la vida y en la cancha. Vencido el temor a la muerte, fortaleció el amor por la vida.
“Un milagro que esté vivo”, le dijeron los médicos a la familia Jiménez. Raúl no sólo decidió, desde ese universo de la inconsciencia, de la inmersión en el limbo indescifrable del coma inducido, asumir la voluntad de vivir, sino también de seguir viviendo a su manera, en la cancha, por el futbol, para el futbol, del futbol, con el futbol.
Los médicos, con placas, con un mapa incomprensible de los escaneos cerebrales y las tomografías, le habían advertido de los riesgos de volver a jugar, del infortunio agazapado en cada acción intensa del futbol, porque acciones similares a la sufrida con David Luiz no quedaban excluidas de las rabietas del destino.
Y Raúl, con el consentimiento familiar, decidió correr riesgos. El simbolismo de la tragedia le facilitó la decisión: tras el roce lascivo del beso de la muerte, elige la frescura de un nuevo soplo de vida: Daniela y Ayra seguirán ahí.
TRIBUTOS…
Hoy, lo ha dicho, disfruta del futbol más que nunca. Hoy, entiende del futbol más que nunca. Y la suma de afectos, de admiración, de respeto, de veneración, de solidaridad, de empatía, le fortalecen.
1.- Pep Guardiola lo felicita por un pase de fantasía, de barrio, de espíritu libre, para que su compañero Andreas Pereira fulminara al Manchester City.
2.- El arquero argentino del Aston Villa, Dibu Martínez, vulnerado con un remate lejano, de izquierda, con precisión casi cibernética, se acerca a intercambiarle su sudadera por la camiseta.
3.- Y el hondureño Alberth Ellis, quien sufrió fractura de cráneo y fue inducido al estado de coma en febrero pasado, elige al Lobo de Tepeji como su modelo de recuperación.
AULLIDO GREMIAL…
Y claro, los estadios abarrotados de mexicanos, celebran su regreso, y queda fresca su actuación ante Honduras, con gol y asistencia, además de la pincelada brutal ante Estados Unidos en un cobro libre, y la asistencia a Chino Huerta, recuperando in extremis el balón que él mismo había perdido.
Porque, para el Tri, Raúl Jiménez ha regresado en la forma correcta, en el momento correcto. Porque ha demostrado ser el socio perfecto para Henry Martín en casos de emergencia. Porque será juez y parte en el desarrollo de Santi Giménez. Porque dejará de lado las urgencias de buscar en Germán Berterame otra decepción naturalizada como pasó con Rogelio Funes Mori. Porque habla el mismo lenguaje arrabalero, primitivo, pero seductor del Chino Huerta. Ilusión donde hubo ilusionismo.
Cierto, no hará a México campeón del mundo, pero ayudará a que la catarsis cíclica, cuatrienal, esa, la de la decepción tricolor en el Mundial 2026, sea menos dolorosa.
Y hace apenas unos días, cuando el Wolverhampton visitó al Fulham, el estadio Craven Cottage recuperó la canción que retumbó entre 2018 y 2023 en el Estadio Molineaux de los Lobos, y las 25 mil gargantas entonaron el viejo tributo al goleador mexicano.
Con la melodía Dale Alegría a mi Corazón de Fito Páez, un aficionado a la Jauría de Wolverhampton, compuso la canción Sí Señor para Raúl Jiménez. “Nuestro Número 9, dale la pelota y él anotará cada vez. Sí Señor, dale el balón a Raúl y él anotará. Hay algo que los Lobos quieren que sepas, que el mejor del mundo viene de México”.
ADVERSIDAD VERSUS ADVERSIDAD
Y hoy, sin duda, es el futbolista mexicano que sublima el concepto de resiliencia como sello nacionalista. Y lo hace en las manifestaciones más puras de los cuatro arquetipos propios de la resiliencia, según Freud y Jung: física, social, mental y emocional. Y se agregaría la futbolística.
“La autoestima es el pilar de la resiliencia”, aseguraba Sigmund Freud. “El ser humano es más fuerte que la más fuerte de sus adversidades”, sostenía Carl Jung. Raúl Jiménez lo entendió sin saberlo, porque lo entendió al vivirlo. ¿Habrá una forma más poderosa de aprender que vivir y sobrevivir a la tragedia?
Maltratado en redes sociales, vilipendiado por la ignorancia o el fanatismo, y sobajado por la acidez tóxica de la estulticia de aficionados y hasta comentaristas que hacen suyo el dolor del éxito ajeno, a Raúl Jiménez hay que observarlo en diferentes facetas en la cancha.
Más allá de ser uno de los jugadores que más kilómetros recorre, ha pasado a ser –-la sabiduría de la desgracia y el renacimiento–, un hombre clave en la lectura del juego, y en la definición, ya no sólo invocando a la fortuna, sino a la regla natural del futbol, el esfuerzo. Y hay que leerlo por cómo festeja. Porque es un homenaje a la vida y un desprecio burlón a la codiciosa muerte.
¿Es Raúl Jiménez el futbolista mexicano más resiliente de la historia? Seguramente. Por encima incluso de Hugo Sánchez y aquella etapa primaria con el Atlético de Madrid, cuando el Estadio Vicente Calderón lo estigmatizaba con el grito de “indio, indio”, sí, el mismo aborigen mexicano que después fue el emperador de las áreas en España.
Porque el Lobo de Tepeji se sobrepuso a sus propias dudas, a las de su más poderosa conciencia: la familia. Y por supuesto a los diagnósticos temerosos de los médicos, ante las temerarias decisiones del jugador de seguir vigente.
Su universo quiso paralizarlo, pero Raúl Jiménez decidió seguir andando.
Cuatro años después de la fatalidad, se ha extinguido la sombra de la tragedia. Y cuatro años después, con el Fulham y con el Tri, el Lobo de Tepeji aúlla más estentóreamente que nunca. Con el poder de la raza y de la especie: marca territorio, convoca a la manada y desencadena emociones.
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