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Coahuila

Qué se siente

Por Fernando de las Fuentes

Hace 9 horas

A Dios no se le piensa. Todo intento de racionalizarlo es fútil. Se le experimenta, en una realidad metafísica a la que accedemos trascendiendo la esclavitud emocional de la que es presa la mayoría de la humanidad, con o sin religión.

La transformación de nuestra realidad interna es lo que nos lleva a la realidad de Dios, y la iniciamos cuando nos hacemos dueños y responsables de nuestras emociones y sentimientos, cuando dejamos de culpar a otros o a la vida por la forma en que no sentimos y actuamos.

No hay un “no Dios”. El ateísmo no es más que un grito de auxilio, lanzado con el raciocinio, pero desde las emociones que estamos rechazando o definitivamente negando, generalmente miedo y dolor, especialmente miedo al dolor; o desde sentimientos en los que hemos decidido habitar, como impotencia, frustración, amargura, soberbia, arrogancia, creyendo que estamos plenamente justificados.

Pero Dios no es el tema central de esta reflexión, sino aquello que nos impide experimentarlo: la desconexión con nosotros mismos, que parte del hecho de creer que sentir nos viene dado, es decir, que ya es como debiera ser, y no hay nada que saber al respecto. Si nuestras emociones y sentimientos son objeto de conocimiento para la ciencia, allá la ciencia; acudiremos a ella en caso de emergencia, pero no nos interesan como aprendizaje personal.

Creemos, sin saber que lo hacemos, que si sentir ya es como debiera ser, si no tenemos control sobre ello, porque depende de las cosas que nos pasan, solo nos queda evitarlo cuando nos perturbe y no permitir que otros ostenten públicamente los sentimientos que nosotros inhibimos. No llores, no te pongas triste, no tengas medio, las clásicas represiones.

Acostumbrados a crear historias para racionalizar y justificar lo que sentimos, ponemos el foco de atención en los acontecimientos y las personas; fuera de nuestro cuerpo y mente, contrario a lo que realmente necesitamos: experimentar conscientemente la emoción y/o el sentimiento como algo que nosotros generamos.

Resistirlos sin que nos rebasen, sean agradables o desagradables, nos permitirá, tras unas cuantas respiraciones, contenerlos, aislarlos, identificar en qué parte del cuerpo y cómo se manifiestan, qué impulsos nos despiertan. Sin ir más allá, sin analizarlos ni depositarlos fuera, los aceptamos tal cual son.

En ese momento estaremos en capacidad de gestionarlos, para darles un desenlace diferente al acostumbrado: si son agradables, agradecerlos y dejarlos ir; si son desagradables, encontrar lo que quieren decirnos o enseñarnos, el regalo que siempre traen las emociones y sentimientos perturbadores, que por lo general nos están señalando nuestro rechazo a los cambios, mostrándonos las nuevas realidades a que debemos adaptarnos o dándonos una oportunidad de sanar viejas heridas.

Pero si no nos volvemos conscientes de esa emoción y/o ese sentimiento, nos esclavizarán. Si son agradables trataremos de repetir la vivencia que creemos los provocó y posiblemente desarrollemos una adicción en el intento. Si son desagradables los rechazaremos y los ocultaremos de nuestra propia vista en la mazmorra interna de lo indeseable.

En ambos casos, los acumularemos en nuestro interior y bloquearemos el flujo de energía. Cada cosa nueva será vista desde la perspectiva de lo que nos impactó: no tendremos nuevas experiencias agradables por estar aferrados a las anteriores, ni nos adaptaremos a las siempre variables circunstancias de vida porque mantendremos vivos los viejos miedos.

Es pertinente aclarar la diferencia entre emociones y sentimientos. Las primeras son reacciones bioquímicas involuntarias, breves y frecuentes, cuya función es adaptativa. Los segundos son producto del procesamiento mental de aquellas; la consecuencia de su interpretación, consciente o inconsciente. Su función es la creación de nuestro universo personal, para bien si entendemos el proceso y nos adueñamos de él; para mal si le cedemos la operación al ego. La habilidad a desarrollar consiste en transmutar las emociones desagradables en buenos sentimientos. De eso se trata cambiar la realidad.

 

 

 

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