Sucedió hace algunos años, en un Encuentro Internacional de Religiones, efectuado en la Conferencia Episcopal de Montalbán de Caracas en Venezuela. Estuvieron presentes unas 250 personas de distintos países, y de distintas expresiones de la fe cristiana. Samuel un pastor evangélico había expuesto su senda posición acerca del bautismo y luego se abrió la sesión a preguntas y respuestas. Después de una media hora, una monjita católica tomó la palabra para preguntar: “¿qué es lo que ocurrió en la historia que nos haya separado y nos haya mantenido en una situación de tanto rechazo y en momentos, de sentida violencia?”. La pregunta fue dirigida al pastor, quien le preguntó a la religiosa si le podía contestar “con toda franqueza y libertad”; su respuesta fue afirmativa.
El pastor le explicó con un lenguaje muy sencillo y preciso, de esta manera: “nuestro rechazo mutuo viene desde el tiempo de la Reforma y de la Contrarreforma.
A partir de allí nuestras posiciones se endurecieron, y nuestras interpretaciones caminaron y se convirtieron en murallas de piedra. Para nosotros, a causa de lo que se nos enseñaba, la gran ramera del Apocalipsis era la Iglesia Católica Romana y por ello, no se podía comulgar con ella, pues no tenía nada de Dios. Y para ustedes los católicos, nosotros éramos herejes y apóstatas. Y por ello nos cerraban la puerta, y se caminaba por la acera de enfrente de nuestros templos para no entrar ni contaminarse”. La lista de vejámenes era larga.
Cuando terminó de compartir estas palabras el pastor (se podía oír caer una aguja, pues el silencio, la expectativa y el dolor eran tan profundos), se puso de pie el amado monseñor Terán del Ecuador, y pidió la palabra…
Tiene razón hermano pastor, es mucho ya lo que nos hemos herido y lastimado, por lo que, lo único que nos queda por hacer, es “pedir perdón y perdonarnos”, por el terrible pecado del pasado.
Al final todos lo hicieron, y reinó una gran alegría en los corazones que todos juntos alabaron al Señor.
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