Allá por la primera mitad del siglo pasado, la fotográfica Carrillo de Saltillo acostumbraba colocar sobre su aparador las fotos de las bodas. Un insolente ciudadano retiró de la cartelera del Cine Obrero, situado por la misma calle Aldama, el letrero de “los estrenos de la semana”, y lo pegó en la vidriera del estudio. Los familiares y contrayentes protestaron airadamente al señor Carrillo.
El empleado de una de las camionetas de la Florería y Nevería Nakasima no se dio cuenta que se cayó una de las coronas que llevaba a un servicio funerario, justamente en la calle Castelar, frente a la antigua Penitenciaría de Saltillo. Un solícito individuo colocó el arreglo floral justamente en la pared de la casa del entonces director de la banda de música del estado, el famosísimo Pompeyo Sandoval, y pronto corrió el rumor de que el trompetista había muerto. El hombre fue al periódico El Diario de Cabrerita a desmentir el hecho.
Una hermosa chica llegó de visita a la casa de su hermana recién convertida en madre. Ya se acostumbraba la leche en polvo para alimentar a los bebés y como el niño de la casa tenía hambre, el esposo se ofreció a llevar en su auto a la cuñada para comprar el alimento en una de las boticas de la ciudad. No faltó quien llamara al teléfono de la casa de la joven señora para soltarle el chisme: “¡Una lagartona de buen ver anda paseando en el carro con tu marido!”.
En una vecindad de la calle Leza y General Cepeda, en el Centro Histórico de la ciudad, la gente comenzó a murmurar que había una casa de citas, (casa, inmueble o domicilio donde se ejerce la prostitución) que se multiplicaron en el Saltillo de no hace muchos ayeres, pues principalmente los fines de semana salían y entraban de la vecindad hombres y mujeres, de inmediato la policía “que siempre vigila” checó el dato. Ahí en la vecindad vivía un famoso fotógrafo y la gente acudía a comprar los retratos de los acontecimientos sociales de la semana en los que había participado.
En la propia vecindad de la calle Leza se armó un gran chisme, como diría aquella guaracha cubana muy de moda en los años 50 del siglo pasado, pues al anochecer “clarito se veía” levitar (levantarse en el espacio sin la intervención de agentes físicos) a un fantasma que salía del arroyo de la tórtola y se introducía en la vecindad. Le llamaban “El fantasmón” o “El ensabanado”. A los niños los asustaban con el aparecido si no se iban a dormir temprano. La policía, pronto dio con “El ensabanado”, un panadero que tenía amoríos con una mujer de la vecindad que se cubría con un costal de tela blanco para no ser reconocido, pues era casado y era del barrio. Tiempo después supe quién era, pero no voy a decir su nombre.
Era poco común en el Saltillo de aquella era que un solitario ciudadano originario de esta ahora metrópoli, acudiera a comer en alguno de los pocos restaurantes que había en la ciudad, pues regularmente lo hacían los viajeros o turistas y la gente, murmuraba, ya ve como es la gente: ¡Seguramente lo corrió la vieja, pobre hombre!
Llegaba un individuo en bicicleta a algún domicilio y comenzaba el chismorreo de los vecinos: ¡Seguro, es El abonero, pues le debe a las relojerías Arreola!, y es que era famosa esa tienda en Saltillo, pues estaba de moda otorgar con grandes facilidades y largos meses para pagar sus famosos cronómetros de pulsera, que era de mucho caché (darse importancia o lucir una prenda como sinónimo de elegancia y bien vestir) entre hombres y mujeres de nuestro tiempo. Era todo un lujo poseer un reloj de pulsera, pero la gente lo sacaba fiado en las relojerías Arreola que tenía dos ofertas anuales, una previa al día de las madres: “En la compra de un reloj, te regalaba la plancha eléctrica para mamá”, ¡toda una novedad el artefacto!, pues todavía se utilizaba la plancha de acero, que se calentaba con carbón. Y en vísperas de la Navidad te regalaba el pavo, una canasta de víveres y sidra de la marca Pomar para brindar, en la adquisición de un reloj. ¡¡¡A cenar, dijo Arreola!!!, rezaba el anuncio en la radio local y se oía de fondo el ronroneo, cacareo o gemido de un guajolote, llamado también “glugluteo”.
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