Los árboles esperan: Tú no esperes, es el tiempo de vivir, el único.
Jaime Sabines.
Preparando material para un próximo libro, me he estado zambullendo en lecturas y en talleres que tienen que ver con temas del tiempo y de la muerte. Una valiosa reflexión con la que me quedo esta semana es que la única manera de ser felices es vivir el presente. Si nos aferramos al pasado viene la depresión por lo que fue y ya no es; si nos enfocamos al futuro surge la angustia por aquello malo que pudiera sucedernos, o porque tememos que nuestros planes no vayan a cumplirse. El concepto de vivir el presente sin desgastarse en tiempos que no existen, se halla muy alineado con las filosofías orientales que más de una vez he traído a este espacio y que tienen que ver con aprender a morir.
Lo único inevitable en esta vida es la muerte, una marca que se prende a nosotros desde el momento en que somos concebidos. El término de la vida puede ocurrir en forma temprana, tanto que ni la madre que albergaba aquel primordio es consciente de la pérdida. O bien puede suceder más delante, a cualquier edad. Lejos de ser un motivo de aflicción, comencemos a tomar conciencia de nuestra finitud como punto de inflexión a partir del cual podremos llevar a cabo cambios que nos conduzcan a congraciarnos con el tiempo y aprovechar al máximo la vida, enfocándonos justo en el momento presente, único tiempo real con el que contamos.
En una charla en la que participé recientemente invitaba a los oyentes a distinguir las dos maneras en que se asume el tiempo: Cronos y Kairós. Cronos es el tiempo plano que va sucediéndose minuto a minuto, hora tras hora. Kairós es el momento intemporal cuya profundidad radica en lo significativo de la experiencia. Va más allá del conteo matemático y adquiere un sentido particular. Cuando nos proponemos vivir a profundidad el presente, estamos en camino de experimentar ese Kairós único, que deja memorias imborrables.
Elisabeth Kübler-Ross, médica y tanatóloga suiza escribió varios tratados sobre el acompañamiento a pacientes en su lecho de muerte. Ella expresó, a propósito del miedo a morir: “Nuestros miedos no evitan la muerte, pero frenan la vida”.
Cuando comenzamos a aceptar las grandes verdades y actuamos en consecuencia, nuestro presente se vuelve un espacio disfrutable, en el que podemos gozar la creación de lo propio hasta hacerlo trascender en bien de otros. En ese punto de comprensión de nuestra vulnerabilidad frente al tiempo, comienza a labrarse la madurez. Tenemos entonces una nueva percepción de la realidad que, viviéndola a profundidad nos lleva a asumir que un día la vida llegará a su fin, porque así tiene que ser, y que sabremos vivir ese momento con gracia, como una etapa más –la final—de nuestra vida terrena.
Vivir es a un tiempo arte y oficio en donde desplegamos recursos y talentos vibrando en nuestra frecuencia particular, sin obstaculizar el desarrollo de otros, cada uno en su propia frecuencia. Hacerlo de manera entusiasta y con respeto entre contemporáneos de una misma era, nunca intentando imponer lo nuestro como ley. En ocasiones venimos cargando un pasado que no nos permite desarrollarnos con libertad; en tal caso es necesario editarlo para poder finalmente superarlo, tarea que resulta más sencilla si echamos mano de un apoyo profesional que nos acompañe a lograrlo.
Viktor Frankl, psiquiatra judío alemán, creador de la logoterapia, tuvo que aprender a renacer cada mañana durante los cuatro años que pasó en campos de concentración nazis, casi en completa inanición, asido a la esperanza de reencontrarse un día con su esposa. Él menciona con respecto a la muerte que, asumida como final de tiempo sólo puede causar pavor a quien no ha sabido llenar el tiempo que le ha sido dado vivir. Frankl, en condiciones terribles para cualquier ser humano, aprendió a inventarse minúsculos motivos cada día para dar ese esfuerzo extra que lo salvara de la muerte. Su propósito, aparte de la ilusión de reencontrarse con su esposa (lo que nunca sucedió), era la de reescribir el libro por el cual ha trascendido hasta nuestros tiempos: “El hombre en busca de sentido”. Un libro cuyo borrador llevaba Frankl a su ingreso a Auschwitz y que trató de conservar, le fue arrebatado y destrozado frente a sus ojos. Se dio entonces a la tarea de trabajar mentalmente y mediante mínimos apuntes su obra, que finalmente pudo plasmar en el papel y publicar a su salida del último campo de concentración en Dachau.
Hay un principio conductual que establece que lo que niegas te somete, en tanto lo que aceptas te transforma. Verdades absolutas tan grandes como la muerte, son motivo suficiente para emprender una transformación interior. Y hacer de esta vida algo digno de ser vivido.
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