No transcurrieron 15 días entre el fallecimiento de Jimmy Carter y la sentencia penal que convierte a Donald Trump en el primer Presidente delincuente de Estados Unidos. Luz y sombra.
Carter ganó el Premio Nobel de la Paz en 2002, dos décadas después de haber cumplido su único mandato. La resolución se dictó en vísperas de la segunda investidura de Trump, quien, en mayo pasado, fue hallado culpable de falsificar registros comerciales para encubrir una relación con la exactriz de cine porno Stormy Daniels, previo a las elecciones de 2016.
Al margen de si Trump logra anular su condena, la ignominia lo perseguirá de por vida y será registrada por la historia.
Carter, en cambio, es recordado por las décadas de esfuerzo incansable, dedicadas a “encontrar soluciones pacíficas a los conflictos internacionales, promover la democracia, los derechos humanos y el desarrollo económico y social”, motivos por los cuales la Fundación Nobel lo premió.
Las cadenas de televisión y la prensa internacional dedicaron emisiones especiales en memoria de Carter, cuyas cualidades de estadista resplandecieron más con el tiempo.
Trump atrajo la atención por el caso Stormy, a quien pagó 130 mil dólares por su silencio. La “libertad incondicional” lo libra de la cárcel y de la multa por delitos graves.
Trump se dice víctima de una persecución tendiente a dañar su reputación para hacerle perder las elecciones. La jactancia de haber obtenido “el mayor número de votos” es otra cortina de humo, pues apenas superó por 1.5 puntos porcentuales a su contrincante demócrata Kamala Harris: 77 millones de votos contra 75.
Richard Nixon evitó el juicio político por el escándalo Watergate con su renuncia. Bill Clinton no pudo esquivar el proceso de destitución por la denuncia de acoso sexual de Paula Jones y el caso de la becaria Mónica Lewinsky.
Sin embargo, el Senado lo absolvió de los delitos de perjurio y obstrucción de la justicia. Otro juicio de desafuero, por juramento falso y abuso de poder, tuvo el mismo final en la Cámara de Representantes.
Clinton concluyó su mandato en 2021, pero el partido demócrata perdió la presidencia con George W. Bush. El republicano se inventó una guerra preventiva para invadir Irak, con el argumento de las armas químicas, y derrocar a Sadam Husein.
Trump es una fiera herida. Los 34 cargos por falsificación de documentos comerciales y el fallo de Merchan lo estigmatizan. El juez explica la libertad incondicional:
“Las protecciones otorgadas por la oficina o el presidente no son un factor atenuante. No reducen la gravedad, la seriedad del delito, ni justifican en modo alguna su comisión. Las protecciones son, sin embargo, un mandato legal que, en virtud del estado de derecho, este tribunal debe respetar”.
Advirtió, sin embargo, que entre las protecciones no figura la anulación del veredicto del jurado sobre “el ciudadano de a pie Donald Trump, cuya calidad de Presidente, por decisión ciudadana, influye en la sentencia”.
La diferencia entre Carter y Trump radica en la vocación política del primero, socialmente sensible, respetuoso de la institución, promotor de la paz y defensor de los derechos humanos.
La condición de magnate del segundo, profano, ajeno a las necesidades de las mayorías y de espaldas a la realidad, lo convierte en uno de los peores presidentes de su país.
La democracia de Estados Unidos flaquea y se entrega a un puñado de multimillonarios cuyo interés consiste en dominar al mundo e imponer sus plataformas salvajes.
En situaciones así, cuando el Apocalipsis parecía inminente, han surgido liderazgos y potencias salvadoras.
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