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Coahuila

Para perdonarnos… Tenemos que perdonar a nuestros padres

Por Verónica Marroquín

Hace 4 meses

ESTIMADOS LECTORES Y LECTORAS:

Les compartiré un escrito que tenía por ahí entre mis libros y papeles, que me parece de suma importancia, ya les he hablado de este tema tan importante, el perdón, y sobre todo desde nuestras raíces que son nuestros amados padres, no todos los han tenido cerca, a sus padres, algunos ni siquiera saben quiénes fueron, unos han sido huérfanos desde el primer día de nacidos, o nacidas; en el mejor de los casos, para que no crezcan en las calles, los han dado en adopción a sus hijos, o los han llevado a orfanatos, a familias los que mejor suerte han tenido. A otros, los han dejado en canastas abandonados en las puertas de las casas, otros tirados en bolsas de basura, cajas de cartón. En fin, no estoy yo para juzgar estos hechos, sino para liberarlos de este sentimiento que tanto daño hace, la falta de perdón a nuestros progenitores, sin el perdón, no podemos seguir felices en la vida, siempre estará este fantasma que enferma.

El escrito habla de la culpa, yo hablo de responsabilidad de nuestras acciones, y de vivir con el resultado de dichas acciones.

“La culpa (hablar de responsabilidad es mejor para mí, y sé que para ustedes también) que les adjudicamos a nuestros padres por nuestros problemas también tiene fecha de expiración.

“Como la culpabilidad crónica es un yugo que se interpone a nuestros deseos de darle a nuestros hijos lo mejor de nosotros mismos, damos un gran paso para liberarnos de estos cuando nos liberamos de la culpa que sentimos por resentirlos, sino que nos será más fácil reconocer y perdonar las nuestras.

“Olvidar los errores de nuestros padres no es fácil debido a que ellos son los seres más importantes de nuestra vida durante muchos años, y por eso nos afectan más que los de cualquier otra persona. De ahí que es a ellos a quienes más solemos culpar (recordemos que es mejor suplir la palabra culpa con responsabilidad, ok) por buena parte de nuestros problemas como personas… y de nuestras faltas como papás o mamás.

“Sin embargo, los conflictos y resentimientos que tenemos por lo que hicieron nuestros padres son ante todo producto de las ideas e imágenes que aún tenemos sobre sus errores. Es importante superar esa imagen paterna que tenemos sobre sus errores. Es importante superar esa imagen paterna que tenemos interiorizada como niños agraviados por sus exigencias o sus equivocaciones, porque es esta, no sus desaciertos, la que nos sigue modificando. Se ha dicho que perdonar es ‘recordar sin dolor ni rabia la injuria o perjuicio que se os ha causado’. Cualesquiera que hayan sido sus consecuencias. El perdonar logra el mismo efecto que la cicatrización de una herida… aunque esta deja una marca indeleble en el corazón que siempre nos recordará la pena que vivimos, ya no nos duele. Así, los primeros beneficiados cuando logramos superar las experiencias dolorosas de nuestra niñez somos nosotros, porque nos libramos del ciclo de rabia y recriminación por lo que “nos hicieron” y, a la vez, de nuestra identidad como víctimas de los errores de nuestros padres.

“Un primer paso en el proceso de perdonarlos es considerar a nuestros padres, no a la luz de lo que no nos dieron, sino a la luz de lo que ellos recibieron… porque era eso lo que tenían para darnos. Preguntémonos: ¿Será que ellos sí recibieron el cariño incondicional y la dedicación que nosotros les reclamamos? ¿Será que creían que era correcto disciplinarnos con gritos o golpes porque así lo hicieron con ellos? ¿Será que esperaron más de lo debido de nosotros porque crecieron tratando de satisfacer las expectativas inalcanzables de sus progenitores? ¿Será que aprendieron de su propio papá que amar a sus hijos significaba darles todo… menos presencia o demostraciones de afecto? ¿Será que nos reprendían cuando llorábamos de niños porque se les prohibió expresar su dolor con lágrimas? Es muy difícil darles a los hijos lo que no recibimos en nuestra propia infancia. Si la vida es una escuela… las grandes pérdidas son parte del currículo.

“Cuando tenemos nuestros propios hijos es fácil sentir empatía frente a sus errores, así como apreciar sus esfuerzos… porque nos damos cuenta de la frustración tan granade que sentían cuando les desobedecíamos, de lo que les ahogaban nuestras equivocaciones, de lo que los entristecían nuestras penas… de cuánto nos amaban. Además, al ver nuestras fallas podemos comprender lo absurdo que es esperar que un ser humano imperfecto, con una historia que incluye también padres imperfectos… pueda ser un padre perfecto. Como no podemos cambiar lo que nos hicieron, pero sí lo que nosotros decidamos hacer, tenemos que reconocer que eso es parte de nuestro pasado… y que debemos dejarlo pasar. Nuestra vida familiar será más rica y nuestros hijos saldrán menos afectados por nuestros errores si dejamos de castigarnos con la culpabilidad y de justificarnos con las faltas de nuestros padres. Debemos comprender que somos en buena medida, el resultado de lo bueno y lo malo que tuvieron ellos, de sus fallas y de sus aciertos, de sus limitaciones y sus talentos, pero que lo que nos legaron fue lo más suficientemente importante como para infundirnos el valor de asumir el desafío de ser padres con un profundo interés en darle a nuestros hijos todo el amor de que somos capaces. Quienes van por la vida indignados, actuando siempre como víctimas enojadas porque no perdonan ni aceptan a sus padres, no podrán esperar que sus hijos los perdonen cuando repitan sus mismos errores, si nosotros no lo hacemos les estamos diciendo a los niños que tienen derecho a esperar que, como padres, seamos intachables, y les estamos enseñando a juzgar con la misma severidad con que nosotros juzgamos a los nuestros. La solución es hacer las paces con nuestros padres y también con la vida, comprendiendo que nuestro paso por este mundo es un trayecto tanto de vivencias positivas y gratas como de sufrimientos y dificultades, y que ellos contribuyeron a las unas y a las otras. Pero que todas estas experiencias, buenas y malas, son aportes que nos ayudan a construirnos y llegar a ser quienes queremos ser. En esta forma, podremos ver a nuestros padres con la benevolencia con que esperamos que nos vean nuestros hijos… y sentir por ellos ese respeto y gratitud que deseamos que nuestra prole sienta por nosotros… que somos personas tan humanas y tan falibles como quienes nos antecedieron”.

Del libro De la Culpa a la Calma, de Ángela Marulanda. Editorial Santillana.

Hay personas, como todos, que tuvimos padre y madre biológica, y algunos seguimos, bendito Dios, con ellos, pero hay quienes no, sólo los biológicos los tuvieron y después desaparecieron, murieron, no se supo de ellos y ellas, eran drogadictos, servidoras sexuales, en fin, no por eso es una regla que sean adultos malos o buenos, todos somos dualidad, si hay influencia de todo, por supuesto, pero cada quien tiene el libre albedrio de decidir si me voy por lo bueno o por lo malo, no nos definen al 100 por ciento nuestros padres y madres, el medio ambiente, etcétera, sino las experiencias, no hay buenas ni malas, en la siguiente les comparto una moraleja de lo bueno y lo malo que es relativo… Diosito por delante.

 

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