El último día del año (bisiesto, en este caso), es un buen momento para la autocrítica: los medios de comunicación no estamos -me incluyo- analizando la realidad ni estamos curando los contenidos. La inmediatez nos destroza por partida triple: nos acelera, nos distrae, nos aleja del foco. Nos reduce a simples espectadores ansiosos por capturar el momento y capitalizarlo al compartirlo. Ese círculo vicioso por consecuencia trivializa la información y quita mérito a los especialistas, les despoja de su valor en la comunidad que otrora mantenían.
Amén del asedio que por estrategia emprendió en su contra el Gobierno federal 2018-2024, los medios de comunicación convencionales estamos dejando de verificar y criticar lo cotidiano. Aunque los nuevos, nativos digitales, también están mutando hacia la irrelevancia y el menor esfuerzo. A la viralidad como meta diaria, al costo que sea; al mínimo de inversión. Por ahí tampoco es.
Por ello, si antes era difícil proyectar el futuro, en la era tecnológica lo es doblemente. El comportamiento social, predecible desde tiempos inmemoriales, ha sido alterado irremediablemente por la aparición de nuevas formas de comunicarse con el mundo. Una sociedad tecnificada, aunque no educada.
Particularmente TikTok representa un punto de inflexión en la época de la globalización: el video por encima de las imágenes, que previamente habían anulado al texto. La tasa de interacción en la plataforma es cada vez más alta. Las horas de consumo no pasan inadvertidas. Engagement, por definición. Esa conexión afectiva y conductual tiene su consecuencia lógica: cerebros hipersensibles a los estímulos sensoriales como nunca antes; si en cinco segundos no captura la atención el contenido, es desechado.
Lo dinámico versus lo estático. Y una vez se prueba el primero, la dopamina, difícilmente se vuelve al segundo, considerado antiguo, casi una regresión histórica. Sin importar que la dispersión mental y nula capacidad de concentración sean la epidemia de nuestros días.
Hoy, parafraseando a Kundera, la vida está en otra parte: dentro de la aplicación de TikTok, concretamente.
Podredumbre cerebral: “deterioro del estado mental o intelectual de una persona como resultado del consumo excesivo de material (particularmente contenido en línea) considerado trivial o poco desafiante”.
La definición la ha dado el diccionario Oxford, quien eligió el concepto (brain rot) como su palabra del año 2024.
Pero el problema es más profundo. The Guardian, citando una serie de investigaciones académicas, ha planteado a principios de mes que la exposición permanente a productos basura en internet (sensacionalismo, conspiración, noticias falsas, entre otros) está modificando nuestros cerebros: reduciendo la materia gris (en la región prefrontal, asociada con la resolución de problemas, la regulación emocional y el control de los impulsos), acortando la capacidad de atención, debilitando la memoria, y distorsionando procesos cognitivos fundamentales.
Sin embargo hacerlo de manera compulsiva en redes sociales (doomscrolling, como se le define al fenómeno; es decir, ser absorbido por un agujero negro de chatarra que refuerzan los algoritmos en los reels de Instagram o los shorts de YouTube) es todavía peor: saltar de un video a otro provoca prestar menos atención y no encontrar sentido a lo que se ve (El País, 24/09/24).
Ante el mínimo indicio de tedio, el primer reflejo es agarrar el celular y zambullirse en el scroll infinito. Pero el aburrimiento no sólo persiste, sino que se intensifica.
La sociedad líquida que identificó Bauman transita hacia un estado gaseoso. Si el líquido se escurre entre las manos, el gas ni siquiera es susceptible de asirse.
Cortita y al pie
De acuerdo con Ortega y Gasset, las generaciones pueden ser separadas en ciclos de 15 años. Esa brecha las divide. En la antroposofía, por su parte, se habla del ciclo de los siete años: su teoría es que cada fase de nuestra vida se puede dividir en periodos así.
No obstante, a partir de la pandemia los ciclos anuales transcurren en un parpadeo. La crispación es la moneda de cambio en la calle. La involución de la cultura se percibe ya con una trayectoria consolidada, no sólo un episodio aislado. Ya no se trata de horas bajas para la humanidad, sino de un ambiente sostenido. Un cambio civilizatorio.
El reto de los medios en ese contexto es complejo: los menores de 25 años evitan las noticias de política porque afectan negativamente a su estado de ánimo, y no consumen medios tradicionales porque les resulta difícil entender su lenguaje, tendencia que ha identificado el Instituto Reuters y la Universidad de Oxford en su Digital News Report.
Si no somos capaces de atraer a gente nueva, cómo seguir creciendo entonces.
La última y nos vamos
Que 2025, el ciclo solar que se renueva hoy a la medianoche, sea una oportunidad para recalibrar nuestros parámetros de conciencia y tengamos claridad para sopesar los desafíos por venir.
La vamos a necesitar.
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