La frase que da título a esta columna es atribuida desde el medievo a Aristóteles, y quiere decir: que después de un coito cualquier animal se pone triste. Es sumamente interesante todo lo que devela esta frase y también la atribución a Aristóteles, que ha sido muy cuestionada. Como creo que deberían de serlo muchas provenientes de lo medieval.
Sin embargo, se revelan muchas cosas en dicha frase. La primera de ellas es la observancia de que es inherente al acto sexual, una emocionalidad que se traduzca en tristeza, melancolía, apego y ganas de ser abrazado o besado tras la actividad sexual, en específico, el coito. Llorar tras un orgasmo es una de las emociones y explosiones más comunes en todas las personas, se cree que solo en mujeres, sin embargo, a quien sea le puede suceder.
Cuando vivimos un orgasmo y se activan las fases de la respuesta sexual humana (deseo, excitación, meseta, orgasmo y periodo refractario), un set especial se hormonas y de neurotransmisores se pone en movimiento.
Se libera oxcitocina, que además de poseer propiedades analgésicas activan la deshinibición y la conciencia del goce, por eso es muy importante durante el orgasmo.
Principalmente la oxitocina es la hormona que actúa como neurotransmisor en el cerebro que propicia los estados de excitación y orgasmo, así como la vinculación entre los participantes en la actividad sexual. Asimismo, se hace presente la dopamina, relacionados con las reacciones y la actividad motora.
En el caso de la serotonina, ayuda a regular el estado de ánimo y el sueño, se incrementa durante el ejercicio de la actividad sexual, por eso genera sentimientos de placidez y tranquilidad, propicia la mejora de habilidades cognitivas y genera felicidad, ese que se relaciona con el brillo proverbial post actividad sexual.
Cuando se hace presente la noradrenalina se incrementa la excitación y se activa el sistema nervioso simpático en el cerebro, así como los latidos del corazón, inherentes al aspecto sanguíneo y excitado.
Llorar después de la relación sexual es otra conducta natural relacionada con la liberación asociada al orgasmo. El llanto sería una de las respuestas inversamente proporcionales al placer, pero también asociada al dolor. Sin embargo, es solo una manifestación justa y necesaria que el cuerpo requiere para soltar el vapor.
Entonces apegándonos a la frase aristotélica, aunque existieran algunos primigenios tratados ginecológicos, se atribuía un grado de emocionalidad, de drama quizás, y de sanguineidad, al acto sexual, señalando al coito asimismo como el centro de la actividad sexual. Y esto en una noción no romantizada ni tampoco cristianizada, culto religioso que propició la creencia (como en otros cultos) de que el coito es la actividad principal de la actividad sexual. La penetración coital como centro del universo no es tampoco un invento griego, pero se le atribuía el poder de crear crías y de dejar triste a alguien cuando se termina el coitus.
Y de escándalo y más allá está también la noción de coito heteronormado, para la reproductividad (incluye animales en la fórmula y humanos, claro), y la ya ancestral visión filosófica del uomo como la figura de mero arriba en el pastel de boda. Aristóteles era proto punk en muchos temas…
Es verdad que esa sensación de apego en el periodo refractario de la actividad sexual genera tristecita o llanto. Es una expresión natural de nuestra respuesta sexual humana, pero también una manifestación saludable del sexo, que no necesariamente requiere de un coito para estar completo.
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