Más esperados que el año bisiesto, los Juegos Olímpicos de París 2024 nos han llenado como dice la canción, de alegrías y sinsabores en espera de la tan ansiada medalla, los días pasan y las oportunidades se esfuman de frente a la conclusión de la justa el próximo 19 de agosto.

Esta columnista está más motivada que Lady Whistledown redactando la presente opinión, porque la semana pasada, las arqueras coahuilenses Ana Paula Vázquez Flores y Ángela Ruiz Rosales en equipo con la sonorense Alejandra Valencia Trujillo, lograron colgarse la primera medalla olímpica para todo Latinoamérica en esta edición, en la disciplina de tiro con arco por equipo; logrando con ello una hazaña que perdurará para la posteridad, puesto que sus nombres ahora se encuentran grabados en la historia de Coahuila y de México.

Posterior a ganar la batalla por la medalla de bronce, la victoria retumbó en todos y cada uno de los rincones de nuestro país y del mundo entero, los medios informativos y deportivos estallaron de felicidad y las redes sociales se encendieron a todos los niveles de nuestro México lindo y querido, elogiando el temple y determinación con el que defendieron el honor nacional.

Su victoria no fue obra de la suerte ni de la casualidad, ya que las jóvenes arqueras requirieron un arduo entrenamiento, disciplina y resiliencia para sobreponerse a la adversidad de perder uno de sus encuentros durante la competencia que dejó al equipo sin la posibilidad de pelear la medalla de oro; sin embargo dejaron claro que son atletas de alto desempeño, de talla mundial, saliendo de nuevo a campo deportivo y cual amazonas modernas, lograron imponerse al equipo de las representantes de Países Bajos que ante la Explanada de los Inválidos pintaron una postal inolvidable con el mundo de testigo.

Las diversas disciplinas continuaron verificándose y llegó la segunda medalla para México, a cargo de la judoca Prisca Guadalupe Awiti Alcázar, que de igual forma dio muestra de fiereza y dominio de su disciplina, logrando disputar la final de judo femenil en la categoría de 63 kilogramos, obteniendo la medalla de plata; siendo con ello la primera atleta mexicana en alcanzar esta proeza en este deporte.

Motivos los anteriores para aplaudir y reconocer el trabajo de estas atletas que demostraron de qué estamos hechas las mujeres mexicanas, sacando la casta por toda la delegación nacional, consiguieron con ello elevar el porcentaje de mujeres empoderadas en el país; no me parecería extraño verlas en la lista de las mujeres más influyentes de Forbes México el próximo año.

En el plano estatal, las coahuilenses han abierto un nuevo tomo en el capítulo de los libros de historia que apenas comienzan a pincelar los trazos de la brillante carrera que les espera por venir, como la inscripción de sus nombres en el Salón de la Fama del deporte; así como en el muro a los deportistas coahuilenses que han participado en juegos olímpicos, monumento que hasta donde yo sé no existe aún.

Queda claro que tras la obtención de la medalla, vienen muchas cosas inesperadas para nuestras queridas atletas olímpicas, entre los premios económicos de la Conade, las ruedas de prensa, entrevistas polémicas, creo que lo mejor será la avalancha de muestras de cariño que les darán a partir de este momento, pues ya son ídolos nacionales ahora y por siempre.