“Existe una tentación extremadamente sutil y peligrosa de confundir la paz con la simple ausencia de guerra, como estar tentados de confundir la salud con la ausencia de enfermedad, o la libertad con el no estar preso. La terminología es a veces engañosa. Por ejemplo, la expresión [coexistencia pacífica] significa ausencia de guerra y no verdadera paz”.
G.C. Pire

Los casos de Lorenza Santiago Esteva o de Elisa Zepeda Lagunas, de muerte o tortura, llevaron a la necesidad qué se regulara tanto en la ley de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia, así como a diversas disposiciones de varias leyes generales. Toda esta regulación dispersa ha evitado sancionar algunas conductas de violencia política de género y nos obliga a repensar sobre una gran reforma legislativa que proporcione un marco legal unívoco.

Dicho marco nos permitiría limitar la denominación de violencia política de género hacia los casos verdaderos y evitar que toda conducta que de manera privada molesta una mujer que participa en política caiga en la tentación de llamarlo violencia política de género.

La medida para determinar si se sufre o no es analizar si los hombres han tenido que pasar por esos cuestionamientos o solamente se le aplican a las mujeres.

No pueden eximirse asuntos de corrupción, alegando, violencia de género, como tampoco basar las aspiraciones personales, en contra de quien legítimamente ejerce su derechos políticos a través de el tribunal electoral y sólo porque es hombre alegar violencia de género.

Si sólo quienes han llegado a romper los techos de cristal entre los aplausos del patriarcado pueden marcar la agenda feminista, estaríamos negando la naturaleza misma del feminismo al dejarlo en manos de la casta.

Tenemos que ir a las vidas que el patriarcado considera que valen menos y asumir que el feminismo es necesariamente anti capitalista, más aún en los tiempos de guerra, porque abogar por el capitalismo es abogar por la muerte, y entonces decimos que capital, patriarcado y orden colonial son contra lo que se alza el feminismo, contra su desigualdad, contra su opresión, contra el atentado permanente a la dignidad.

Por eso llamar a todo y sobre todo desde el privilegio violencia política de género, es banalizarlo. Hacerlo además, cuando se ignora la relación con el capitalismo es una traición a las mujeres, es una traición a la dignidad del movimiento.