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Coahuila

Nada que curar

Por Lizbeth Ogazón Nava

Hace 3 meses

“La humanidad es como es. No se trata de cambiarla, sino de conocerla”.
G. Flaubert

 

Mientras escribo esta columna, y después de dos años de letargo legislativo, la Cámara de Diputados aprueba la prohibición de las terapias de conversión también llamadas ECOSIG.

Asombra que haya tenido 102 votos en contra, asombra aún más que las diputadas, Teresa Castell, Margarita Zavala y Mariana Mancillas digan que se criminaliza a los padres de familia y a las iglesias; siempre más dentro del odio, como ya es su costumbre, el diputado Gabriel Quadri condenó el complot de imponer una ideología perversa a los niños.

Las terapias de conversión son la manera de denominar a una amplia variedad de enfoques diseñados para cambiar la orientación sexual, la identidad de género de una persona.

En su mayoría, y dado a la ausencia ética del tratamiento, es aplicado por ministros, religiosos, fanáticos o charlatanes autodidactas, y en el peor de los casos se aplica por profesionales capacitados que con antidepresivos y ansiolíticos sacian su religiosidad extrema o el mero ánimo de lucrar.

Van desde la aversión que se enfoca en exponer a la persona a estímulos no deseados tan graves como descargas eléctricas o ingestión de vomitivos para asociarlas a la atracción sexual del mismo género.

De reparación psicológica que consta en abordar la supuestas causas subyacentes y pretende modificar creencias y patrones de pensamiento, éstas pueden también incluir medicamentos y llegar incluso a la cirugía. También están las religiosas que consideran algunas expresiones de identidad de género como malvadas, incluyen oraciones, insultos, y pueden llegar hasta la privación de la libertad, de los alimentos y por qué no, de la vida.

Todas las organizaciones médicas y de salud mental en el mundo han rechazado las terapias de conversión ya que la investigación científica demuestra que las personas que son sometidas a ECOSIG sufren eventos asociados, todos negativos y hasta mortales y por más convincentes que se presten los testimonios desde el fanatismo, la asociación mundial de psiquiatría determina que no existe evidencia sobre la posibilidad de cambiar la orientación sexual, ni la identidad de género por medio de cualquier intervención, ya que no se trata de un trastorno y por lo tanto no es ética. Por su parte, la organización Panamericana de la salud sostiene que los ECOSIG carecen de justificación médica, representan una grave amenaza para la salud y para los derechos de las personas. En este mismo sentido expertos de Naciones Unidas indican que dichas terapias son intervenciones crueles, degradantes e inhumanas asimiladas a la tortura y recomiendan por tanto, su proscripción.

Mientras escribo esta columna, la Cámara de Diputados aprueba para vencer el silencio, para no callar, para que nunca haya quejidos y que el lenguaje de odio se trague como saliva amarga y cada una, uno o une reciba su imagen y semejanza concebida desde el espejo de su alma.

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