Arte
Por Grupo Zócalo
Publicado el sábado, 17 de agosto del 2024 a las 04:17
Ciudad de México.- Bien dicen que “el chisme cura el alma” y nada como un buen chisme de artistas, de esos que nos recuerdan que esas figuras tan imponentes y solemnes son como cualquier otro ser humano, pero que la pérdida de sus estribos da pie a fricciones que marcan la historia del arte. Esta perspectiva la aborda la exhibición “En pugna”, del Museo de Arte Moderno (MAM), que forma parte del ciclo de exposiciones “Ficciones de la modernidad”, con el que el recinto celebra 60 años y propone una revisión crítica a su colección.
Se trata de una muestra que, a través de obras de arte y documentos hemerográficos, aborda los conflictos, pleitos, y protestas que ocurrieron entre artistas modernos mexicanos, desde 1950 a 1990. Algunos de estos desencuentros ocurrieron incluso dentro del propio MAM.
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La exposición está construida para pensar en las definiciones y redefiniciones que ha habido dentro del Museo sobre qué es la modernidad y qué es el arte moderno. Porque el museo siempre ha estado ligado al arte actual. Una de las condiciones del arte moderno es el avance, dejar la tradición. Ese progreso siempre genera fricciones, desacuerdos y pugnas”, explica en entrevista Silverio Orduña, curador del museo.
El equipo de curadores del MAM ha escudriñado en los acervos del museo para presentar las pugnas que más marcaron la historia del museo. Este proceso permitió que para esta exposición se presentaran obras de la colección que no habían salido de la bodega desde hace un tiempo. Algunas de ellas son “El diablo en la iglesia” (1947), de David Alfaro Siqueiros; “El pez luminoso” (1956), de Juan Soriano; “Tremendismo (la mascota del pentágono)” (1966), de Artemio Sepúlveda; “Nacimiento de Venus”, de Roger von Gunten; y “Quinta dimensión” (1968), de Lorraine Pinto. Lo particular de esta pieza es que permite ver la obsolescencia de la tecnología con el paso del tiempo. En su época, la obra de Pinto era vista como un objeto del futuro por su uso de luces y sonido. Actualmente, el sonido dejó de funcionar y se perdió para siempre, porque su mecanismo ya es obsoleto y no se pudo reparar.
En la muestra también debutan obras que se sumaron a la colección a través de donaciones, como un boceto de “La Espina”, de Raúl Anguiano, o cuatro obras de Nahum B. Zenil: ¿?, “Fenómeno”, “El monstruo de tres cabezas” y “Siameses”.
Pelea en la Bienal de Venecia
El recorrido inicia con una confrontación entre David Alfaro Siqueiros y Rufino Tamayo. El desencuentro tuvo como escenario la Bienal de Venecia de 1950, era la primera edición en la que México participó.
Ahí Siqueiros fue galardonado y aprovechó la ocasión para criticar la pintura que se acercaba mucho a la abstracción de la escuela de París, “mientras él estaba a favor de un arte de compromiso social y de denuncia”, explica el curador.
Por su parte, Tamayo consideraba que el muralista “había cooptado la educación artística para tener una sola visión del arte”, agrega Orduña. Esta diferencia llegó a los titulares de los medios con encabezados como “¡Tamayo es un hipócrita!”. Los dimes y diretes entre estos dos grandes maestros es un ejemplo de cómo artistas de la Escuela Mexicana de Pintura y artistas de la generación de La Ruptura manejaron sus diferencias, tema que engloba el primer núcleo de la exposición.
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