Cuando era niño, Mario Vargas Llosa creía que su padre había muerto, tal como se lo afirmaba su madre. Todas las noches, tomaba la fotografía de su papá, la cual yacía en la mesita y junto con doña Dorita Llosa, su mamá, rezaban por el alma de don Ernesto J. Vargas. La foto lo mostraba vestido de marino de una gran elegancia y sobriedad. Entonces madre e hijo vivían en Cochabamba, una ciudad alejada de la costa, situada en el valle central de Bolivia, y sólo hasta los 6 años de edad pudo conocer el mar. El novelista cuenta que aunque nació en Arequipa, Perú, sólo pasó ahí el primer año de su vida, pues su abuelo paterno decidió que toda la familia se iría a vivir a Bolivia, en donde había comprado unas tierras para cultivar algodón.
Por desgracia, tu padre murió poco antes de que tú nacieras, decía Dorita con mucha tristeza. Hay que decir que la infancia del autor de La guerra del fin del mundo, transcurrió en la casa del abuelo paterno, pues Dorita decidió seguir a su familia política a Bolivia. Ahí, en la enorme casa familiar que parecía un edén con un patio lleno de árboles, como recuerda el escritor, tuvo una infancia completamente feliz. Con sus primas Nancy y Gladys jugaba a Tarzán, la película que una vez vio en el Cine Rex, y también al circo. No hay que olvidar que también sus tías formaron parte de ese paraíso infantil; incluso, una de ellas, Julia Urquidi, 10 años mayor, fue su primera esposa. Dicen que este niño se hizo consentido, llorón y algo ¡insoportable!, pues los días del carnaval llenaba globos de agua y los aventaba contra las personas que caminaban por la calle. En ese entonces, Mario creía firmemente que con los años sería torero o trapecista. Al periodista Alfonso Calderón le dijo en una entrevista acerca de ese periodo: “La felicidad, como usted sabe, es literalmente improductiva y ninguna de las cosas que ocurrieron en esos años ha sido un estímulo literario para mí”.
Cuando Mario cumplió 10 años, su madre le dijo: “Ya te imaginas que tu padre en realidad está vivo, ¿no es cierto?”. “¿No me estás mintiendo, mamá?”. “¿Cómo crees que te voy a mentir en un asunto tan serio”, respondió Dorita. Ese día, su madre lo llevó al Hotel de Turistas; ahí, un hombre que no se parecía nada a la foto de su mesa de noche, se acercó a él y preguntó: “¿Este es mi hijo?”. Con el paso del tiempo, Mario Vargas Llosa supo que, en realidad, su padre era un hombre tan celoso, que había hecho que su matrimonio se convirtiera en un auténtico infierno. Puede decirse que cuando el padre ausente llegó a la casa familiar, la felicidad salió por la ventana. Se dio cuenta de que su hijo era un niño mimado, al que le gustaba escribir cuentos, y se alarmó muchísimo, pues pensó que se trataba de algo grave, así que decidió mandarlo al Colegio La Salle de Lima. Por ello, en sus novelas uno de los temas fundamentales y recurrentes es la relación con el padre y con el poder. Cómo no iba a ser conflictivo, si Mario vio cómo un desconocido que decía ser su padre lo separó de su madre y lo envió a un colegio sumamente estricto. Con razón para el escritor Mario Vargas Llosa el fin de la infancia fue la expulsión de un paraíso.
Hablando del sentimiento de la felicidad según Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura, fallecido a los 89 años y autor, entre otras muchas obras, de La orgía perpetua (uno de mis libros predilectos), tal vez los primeros años de casado con la socialité, presentadora de televisión hispanofilipina, Isabel Preysler, se ha de haber sentido el rey del mundo. Pero al cabo de algunos años, esa felicidad, tan artificial e incluso cursi, se vino abajo como una avalancha cubriéndolo totalmente de ridículo por parte de sus colegas y lectores de todo el mundo. Sin duda, Mario e Isabel eran la pareja más imperfecta que una podría imaginar. Cuando estaba el escritor peruano a punto de entrar a la Academia Francesa, en el 2023, su sueño de juventud, Isabel Preysler, estaba a punto de entrar al quirófano para hacerse no sé qué número de cirugía plástica. Era el momento en que estaban por romper su relación después de siete años de casados.
Hace unos días leí en EnBlau que Isabel Preysler cobraba una cantidad millonaria de euros todos los meses a Mario Vargas Llosa por vivir en Madrid. El reportero, Dani Serrano, cuenta que durante los casi ocho años que duró su relación, el autor de La tía Julia y el escribidor aportaba mensualmente 80 mil euros para mantener el elevado estilo de vida que compartía con Isabel: “Esta cifra anual ascendía a 960,000 euros, destinados a cubrir los gastos de la lujosa residencia y las diversas actividades sociales de la pareja”.
Que en paz descanse el gran ego de este gran escritor.
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