Coahuila
Hace 5 dias
Varios de muchos hijos, pues en verdad no sé cuántos, que procreó don Sotero Ramos, el famoso carnicero del Mercado Juárez, vivieron del oficio que les heredó su señor padre.
David Ramos López, todavía a sus 80 años, a cuesta se mantiene de un modesto negocio, casi arrinconado del famoso centro de abastos de la ciudad, que vino de más a menos. Ahí, como otros de su “especie”, vendía menudo de res y cuero de cerdo.
En sus mejores años, el mercado Benito Pablo Juárez García, contaba en su segunda planta con más de 50 negocios, entre carnicerías, tiendas de abarrotes y hasta puestos de mariscos, como el del señor Ramos, que era todo un atractivo, sobre todo para quienes tuvieron una noche deliciosamente amorosa o se fueron deparranda.
Los ostiones y los camarones eran los preferidos. Don Sotero en persona traía directamente los productos del mar, entre otros, pulpo y pescado. La época más buena era en Semana Santa; no había aún pescaderías en la ciudad y el hombre fue, por muchos años, el número uno.
Los cocteles de ostiones y camarones “no tenían madre”, creo que ni padre, pues los servía de manera muy especial, con su respectivo toque de vinito blanco de mesa y una salsa picosita hecha en casa. Los crudos pedían más alcohol que mariscos; ya ostiones y camarones no son como antes. No surten el efecto afrodisiaco deseado, los de ahora se atiborran de colesterol. ¿Todo tiempo pasado fue mejor?
David Ramos López heredó el localito de su señor padre. Don Sotero tenía otro en la parte central del mercado, denominado Carnicería y Pescadería Miramar, donde ofrecía productos frescos no refrigerados de las playas de “pueblo viejo”, Tamaulipas. Su fuerte era el ramo carnicero, donde además expendía carnes de res, cerdo, cordero y cabra. Los cuerpos de los animales colgados en ganchos a la vista del público para que pidiera el pedazo que más le gustara del animal.
Ramos López llevó la mayor parte de su vida trabajando en el lugar. Era cuando lo entrevisté, sin duda alguna, el de mayor edad en el centenario centro de abastos de la ciudad.
Con nostalgia y dolor recuerda el día en que carniceros y abarroteros y los dueños de las tiendas de ropa de la planta baja lo perdieron todo. Un voraz incendio acabó con la mercancía y parte del edificio. Se le atribuye a un cortocircuito. Los comerciantes instalaron improvisados puestos de madera en torno a la Plaza Manuel Acuña, en tanto era reconstruido elinmueble.
David fue dueño de una gran vena jocosa. Nunca lo vi serio. Era amo y señor del albur y del doble sentido, que manejaba con fina destreza, como si fuera un ejercicio para la memoria.
Tenía muchas amistades entre hombres y mujeres, con los que se llevaba algunas veces pesado. Siempre traía el albur a flor de labios.
Me gustaba mucho platicar con él porque nos reímos de todo y de nada en una forma amena.
Aquí me llega una reflexión: Lo que vivimos, lo que apreciamos, lo que disfrutamos, lo que sufrimos.
Los que podemos ser parte de la existencia misma, tenemos un escape muy natural: “la risa”, que como citara la famosa revista Selecciones, “es el remedio infalible para la felicidad”.
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