Arte
Por Grupo Zócalo
Publicado el lunes, 17 de abril del 2023 a las 04:06
Ciudad de México.- Tan pronto arribó a Nueva Orleans para impartir clases en la Universidad de Tulane, el escritor Yuri Herrera fue recordado sobre algo que, en ese entonces, apenas le parecía una curiosidad histórica más sobre una ciudad plagada de ellas.
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En cuanto llegué, un amigo me dijo: ‘Oye, he estado buscando dónde vivió Juárez y no lo he encontrado’, y ahí me cayó el veinte que yo ya había escuchado hablar de eso, pero en realidad no era algo que me ocupara”, recuerda en entrevista.
No obstante, como suele ocurrir con este tipo de historias, tampoco le tomó mucho tiempo reparar en lo que, ahora, le parece un silencio tan intrigante como estruendoso.
Durante el nada exiguo periodo de 18 meses, entre diciembre de 1953 y junio de 1855, Benito Juárez García, una de las figuras más exhaustivamente estudiadas de la Historia de México, estuvo exiliado en Nueva Orleans.
Sobre esta estancia, el futuro Presidente de México apenas dijo algo: “Viví en esta ciudad hasta el 20 de junio de 1855 en que salí para Acapulco a prestar mis servicios de campaña ()”, es lo único que Juárez señala al respecto en su autobiografía Apuntes para mis hijos.
Esta vaguedad se extiende a todos los libros que se han escrito sobre el prócer, para crear así una suerte de limbo que, para Herrera (Actopan, 1970), uno de los narradores mexicanos más celebrados de su generación, se volvió terreno fértil para la literatura.
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Este limbo existe en absolutamente todos los libros que hay sobre Juárez, existe en las biografías más importantes, existe en las biografías que lo exaltan, en las biografías que lo denigran, en las biografías que son superficiales, en Wikipedia, en todas partes hay una mención, pero no hay ninguna investigación, no hay datos, no hay ningún desarrollo sobre este periodo; el hueco está ahí”, señala.
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Lo que a mí me hizo mirar con más detalle adentro sí fue el silencio que deja Juárez entre decir ‘este día llegué a Nueva Orleans’ y luego ‘este día regresé a México’, como si hubiera sido un paréntesis irrelevante, como si en todo ese tiempo no hubiera dejado de ser el futuro prócer, pero simplemente hubiera estado en hibernación, lo cual es una manera muy común de pensar de los políticos de todo cariz, es decir, como si fueran orgánicos, como si fueran de una sola pieza, como si siempre hubieran tenido una serie de ideales en mente”, apunta.
Sin embargo, el Juárez que llegó a Nueva Orleans en el 53, teoriza el autor, no es el mismo Juárez que salió de ahí en el 55. Su silencio así lo demuestra.
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El hueco existe en todas las biografías y en todas se repiten, básicamente, los mismos datos, las mismas dos o tres anécdotas que vienen de la misma fuente, pero básicamente me parecía mucho más revelador que él no dijera nada, porque no es cualquier cosa un año y medio de nuestra vida”, declara.
Exiliado en la ciudad tras el ascenso de Antonio López de Santa Anna, sumido en una pobreza que lo obligó a regresar a las labores manuales de su juventud, y acompañado por otros intelectuales liberales como Melchor Ocampo, Benito Juárez vivió en una Nueva Orleans que, para Herrera, resultó fundamental en su vida.
La estación del pantano (Periférica), como se llama el nuevo libro de Herrera, narra este periodo de una forma que a la Historia le es inaccesible.
Juárez en Nueva Orleans
Yuri Herrera atiende a la entrevista virtual desde un hotel en Oxford, Missouri, una ciudad que es famosa porque ahí se encuentra la casa en la que vivió William Faulkner.
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Pero yo no soy fetichista con ningún escritor”, aclara el autor, quien asiste a un congreso por esos días.
En sus respuestas, extensas y bien hilvanadas, se combina la curiosidad e inventiva de un escritor de ficción con la capacidad analítica y expositiva racional de un académico.
En esta última calidad, la de profesor de literatura, Herrera ha pasado ya varios años en Nueva Orleans, una ciudad que lo ha cautivado a tal grado que, en su última novela, rivaliza en protagonismo con Benito Juárez.
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La ciudad es algo sobre lo que he estado todos estos años pensando, lo importante que es, lo distorsionada que es la imagen popular, o comercial, de Nueva Orleans en el mundo, y mi relación con la ciudad, mi relación con los Estados Unidos, mi relación con la distancia respecto de México”, reflexiona
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En ese sentido, además de que era una oportunidad para explorar la historia de Juárez en sí, también es una oportunidad, como sucede siempre cuando escribo algo, para explorar mi propia historia, mis propios miedos, obsesiones, mis propias ideas sobre la migración, sobre las nacionalidades, en fin”, amplía.
Estas reflexiones ya habían asomado de otras maneras en sus dos primeras novelas, Trabajos del reino (2004) y Señales que precederán al fin del mundo (2009), donde la frontera entre ambos países es fundamental.
Con su estilo de prosa elegante y lírica que no reniega, sino que se nutre de modismos y el habla popular, la Nueva Orleans del libro, la que Benito Juárez se encuentra en 1853, se presenta casi como el epicentro cultural y financiero del continente.
Por un lado, una urbe bulliciosa de cultura y fiesta, donde se están sentando las bases de lo que se convertiría en el jazz y, por el otro lado, una ciudad brutal, violenta y esclavista, azotada por el calor y por la fiebre amarilla.
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