Arte
Por Agencia Reforma
Publicado el viernes, 25 de junio del 2021 a las 05:00
Ciudad de México.- En sus inicios, el artista Mario García Torres no dejaba ni un cabo suelto al desarrollar sus proyectos: les dedicaba años de investigación y se aseguraba de visualizar la obra antes de realizarla. Ahora es más experimental, menos solitario e invita a creadores de distintas disciplinas a colaborar.
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Me parece más interesante empezar a publicar destellos de ideas y ver qué sucede”, explica el coahuilense. “Se convierte en un laboratorio que sucede públicamente. Cada vez me interesa que mi obra sea una plataforma para que muchas subjetividades le den forma. Mi función como artista es un medio”.
Así son sus obras recientes, como el performance We Shall not Name this Feeling, con el músico Sol Oosel. Fue como un collage de formatos entre conferencia y concierto experimental con momentos melódicos.
También con el proyecto de la vocal Secte, el diseño de una letra parecida a la “e” que desarrolló con el tipógrafo Aldo Arillo, como una propuesta para el lenguaje inclusivo.
Ambos son parte de su retrospectiva La Poética del Regreso en Marco, que celebra sus 20 años de carrera. Pero ese contraste entre el pasado y el hoy lo observa como una aceptación de lo que renegó.
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Desde la universidad y los discursos que sucedían en los museos en ese momento, tenían que ver más con un discurso como más gestual y más emocional, un poco más romántico de lo que yo quería”, expresa. “Cuando eres joven reaccionas a las cosas, te haces el punk, y luego como que empiezas a madurar. Empiezas a entender que hay otro tipo de sutilezas en el mundo, en el pensamiento, que tienen que ver más con humanidad que con ideas racionales. Las últimas obras permiten eso. Es como un regreso a ese primer momento al que estaba reaccionando”, apunta.
Nació el 21 de marzo de 1975 en Monclova, Coahuila. Es hijo de Alicia María Torres y Jesús Mario García, dedicados al comercio de alimentos, junto a su hermano Jesús Enrique.
Su otro hermano, José Carlos, se inclinó por el mercado del arte y tiene la galería que lleva su nombre y que representa a Mario en el país.
En Monclova el entretenimiento es carne asada y beisbol, cuenta Mario. Pero hay un espacio único: el Museo Pape, donde su mamá fue voluntaria y a donde acudían él y sus hermanos desde niños.
Ahí conoció la obra de Manuel Felguérez al colectivo Semefo y de Frida Kahlo.
En la licenciatura de artes en la UDEM coincidió con Zélika García, fundadora de Zona Maco, y Sofía Hernández Chong Cuy, directora del Kunstinstituut Melly en Róterdam.
“Cuando llegué a Monterrey, la universidad me permitió ver que el arte era una cosa mucho más compleja. Y más que ahuyentarme, me entusiasmó más.
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Me llevó a establecer que yo también era un profesional, y que el arte no tenía que ver con ser un personaje llevado solamente por las emociones, sino que debería haber un discurso racional y profesional, y ser parte de la sociedad”, externa.“Empecé a entender que había una cosa que se llamaba arte conceptual, donde el artista era un intelectual y no un bohemio. Ese fue el espacio que encontré donde esas ideas racionales podían existir”.
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