En los testimonios de la escritora Elena Garro, en entrevistas y conversaciones, siempre fue contundente respecto a la vida que tuvo con Octavio Paz. En el libro Odi et amo, las cartas a Helena de Guillermo Sheridan vemos a un Paz explayándose y autorretratándose lastimosamente en sus cartas hacia Elena, ambos jóvenes y empezando sus carreras.
O más bien lo que Paz le permitió a Elena Garro hacer. Paz es dependiente de Garro, la cela, es posesivo, la infantiliza (“…no escribas a máquina, no sabes”., p. 282); la amenaza con matarla en varias ocasiones (“…Y con gran rabia y amor por ti, linda mía, con ganas de tenerte y de matarte”, p. 206); intenta mantenerla encerrada y expectante de sus órdenes (“de monja estarás, encerrada y niña de reja, hasta que yo llegue o tu vengas”), p. 339; en su narcisismo y en su evidente sicopatía, Paz intenta frases alarmantes como “…que desdichadamente existes sin mí, que vives sin mí. No quisiera que vivieras sino en mí…” (p. 279) y no eran arrebatos poéticos de un amor romántico y romantizado, sino un lugar común de posesión y control hasta la atadura, mostrada a través de la compilación de Guillermo Sheridan.
En un texto (lo comparto en mi página de Facebook) de Patricia Rosas Lopátegui, una de las mayores expertas de Elena Garro, se revela una parte de los testimonios de Garro, en la cual plantea una muy interesante e inquietante faceta de Paz, que quizás muchos de los conocedores de la obra de Paz y de Garro saben que ha existido, como es el amor incestuoso que Paz tenía por su madre.
En la publicación de Diarios citada por Rosas Lopátegui, con el testimonio de Elena Garro: resulta que a ocho días de la boda de Paz y Garro, a él se le descompuso el pene, manifestaba que le dolía mucho y estaba sufriente con la nueva novia asustada al lado. Entonces la madre de Paz entra al cuarto, con unos fomentos calientes y le soba el pene para curárselo, mientras frente a ellos está Garro viendo la escena. Hasta las cuatro de la mañana le estuvo curando la genitalia a la vez que regañaba a la joven esposa. Garro recuerda: “Tavito echado en la cama con las piernas abiertas y su madre gordísima, enfundada en un kimono japonés tan sucio y desgarrado que apenas se distinguía el naranja, es una imagen infernal que prefiero olvidar, así como la serie de obscenidades que profería mientras acariciaba el sexo de su hijo”.
La deificación de los autores como en el caso de Octavio Paz, por parte de sus obsesos recurrentes, me ha hecho recibir sus comentarios que argumentan que posiblemente Elena Garro estaba loca, o se imaginó lo que dijo, o que estaba teniendo una pesadilla esa noche mientras la mamá de Paz masturbaba o curaba a su crío. Es natural el descrédito machista hacia ella, que intentaba decir su realidad, en demérito de una figura tan apretada como la de Paz.
Las reacciones al asunto de Paz y Garro, en particular de los fans de Paz, son increíbles y tendientes a descalificar a ¡Elena Garro! Es preciso también ofendernos por otros muchos casos de escritores abusivos y violentadores.
Poco se menciona o se enfatiza en historias que me parecen escandalosas e hirientes, como el tupido velo sobre el caso de Juan José Arreola, poeta y violador de Elena Poniatowska. Ella tuvo un hijo de ese señor, quien fue su mentor. Es necesario mantener viva la memoria para que no le suceda a nadie más.
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