La semana que termina ha significado para México un golpe de timón, para pasar del concepto de república al proyecto de nación bajo un mando hegemónico, y desaparición de organismos autónomos que hasta antes servían de contrapeso. Aún existe la posibilidad de que este proyecto en ciernes dé marcha atrás, ya que la nueva Reforma Judicial tiene incontables aristas que no han tomado en cuenta los propios legisladores, y que la vuelven compleja y de difícil aplicación. De seguir adelante el proyecto la próxima presidenta Claudia Sheinbaum va a tener en sus manos un problema mayúsculo que va a demandar mucho tiempo y dedicación de su parte.
Ante este escenario me he preguntado más de una vez dónde tenemos la cabeza los mexicanos. Buena parte de la atención está enfocada en programas hipnóticos en vivo, en una realidad virtual que nos recetan como verdadera, cuando se trata de un perfecto montaje de entretenimiento muy lucrativo para una televisora. Ahí se ha ubicado buena parte de la atención de los mexicanos durante estas últimas semanas.
Por otra parte, nosotros como ciudadanos tenemos facilidad para la normalización. Van sucediendo eventos cada vez más abigarrados y nos quedamos como quien ve volar la mosca. No alcanzamos a dimensionar que eso que está sucediendo en el Palacio de Justicia de la ciudad de México no se circunscribe a la pantalla ni a la gran metrópoli; es representación de cambios que nos van a afectar a todos los mexicanos, independientemente de dónde vivamos y a qué nos dediquemos. Buena parte de los votantes actuales no habían nacido en 1994, cuando vivimos el terrible estrés del llamado “error de diciembre”, que acarreó graves consecuencias en la calidad de vida de tantos mexicanos, que generó desesperación y hasta suicidios. En lo personal atravesé una situación económica muy complicada que durante un buen tiempo me hacía despertar a medianoche sobresaltada, imaginando lo que podría suceder a la mañana siguiente.
Regresamos a septiembre del 2024 y nos vemos sumergidos en atender los asuntos más inmediatos del día de hoy: Qué se preparará para la comida; cómo vamos a celebrar las fiestas patrias, o qué vamos a comprar en “el buen fin”. Nuestros intereses no parecen ir más allá. Nos manejamos con aquello de que “ya Dios proveerá”. Pero no es Dios el que nos está colocando en esta situación potencialmente apremiante, de la cual –pareciera– no nos hemos percatado.
El gobierno de la 4T enarbola aquello de “primero los pobres”, y pasará a la historia como el que ha repartido más dinero entre los distintos grupos poblacionales. Lo grave del asunto es que, para hacerlo, ha debido endeudarse y ha desprovisto de recursos a diversos programas asistenciales que tradicionalmente habían resuelto problemas en tiempos de crisis. Creció la asistencia clientelar y disminuyó la verdadera calidad de vida.
El concepto de repartir la riqueza entre los ciudadanos, independientemente de si trabajaron por ganarla o no, es muy tramposo. No resuelve de fondo las carencias económicas de los más necesitados, además de que sugiere al ciudadano que hay que alinearse para merecerlo. Ahora recuerdo, por cierto, la vida de los dos grandes fundadores de la doctrina socialista: Marx y Engels. El primero, en su lecho de muerte, reconoció que él jamás había sido marxista. El segundo se caracterizó por llevar una doble vida, por un lado, manifestando su apoyo a las clases más desprotegidas, y por el otro dándose vida de aristócrata adinerado. De ahí en delante tenemos dobles vidas de diversos personajes que se desempeñan en la política como líderes mesiánicos, pero obtienen grandes beneficios económicos de su actividad pública. Como dice el dicho: “nada es gratuito en la vida”.
¿Hacia dónde estamos mirando los mexicanos, con singular distracción? Dice Octavio Paz en su “Laberinto de la soledad” que los mexicanos cambiamos la verdad verdadera, que siempre es desagradable, por una verdad social. Entiéndase esta última como queramos verla: Apoyos económicos, embriaguez y algarabía; programas televisivos que fagocitan la conciencia… Nuestro Nobel de Literatura lo dijo hace tres cuartos de siglo, y sus palabras tienen una total vigencia hoy en día.
¿Cómo combatir esta molicie mental que nos lleva a mantenernos a la vera del camino frente a los grandes cambios del país? Hemos abandonado esa costumbre de reunirnos entre pares para revisar asuntos en común. Inclusive dentro de la propia familia la comunicación es pobre y dispersa. La opción viable y a la mano de todos es la lectura, mediante la cual estaremos en posibilidades de contrastar el hoy que vivimos frente a los ideales de nación con que nos formamos desde niños, por los que han ofrendado la vida tantos mexicanos.
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