En las semanas pasadas, reflexionamos sobre algunos de los principales enemigos que, cotidianamente, todas y todos debemos enfrentar. Hablamos de la mediocridad, la envidia, la soberbia y la hipocresía.
Son enemigos contra los que tenemos que luchar tanto en el exterior, al relacionarnos con personas mediocres, envidiosas, soberbias e hipócritas, como en nuestro interior. Es muy fácil caer ante ellos, y nosotras y nosotros mismos podemos optar por actitudes mediocres cuando podríamos hacer las cosas con más pasión e interés, o sentir envidia hacia los demás y lo que creemos que estas personas poseen. Asimismo, podemos adoptar actitudes de soberbia y ser a veces hipócritas.
Hay un enemigo aún más peligroso, que en muchos casos puede ser consecuencia de la mediocridad y de sus tres (peores) manifestaciones: la deslealtad. La envidia, la soberbia y la hipocresía llevan a muchas personas a transitar por la vida de manera incongruente, mostrando una doble moral. A veces, se presentan como individuos amables y serviciales, asumen compromisos y hacen numerosas promesas para quedar bien con algún superior o con quien posea el poder o la posibilidad de ayudarles. Sin embargo, esta lealtad es meramente superficial, construida ad hoc para conseguir lo que necesitan o desean, y en muchos casos, lo que creen que tienen derecho a obtener.
Sin embargo, a escondidas hacen otros planes, hablan mal de aquellas personas con quienes se mostraban amables, y divulgan información que recibieron de manera confidencial, aprovechando el vínculo de confianza que lograron establecer. Lo hacen con la convicción de que así pueden obtener un mayor beneficio personal o mostrar su verdadero valor.
La lealtad no implica obedecer ciegamente todo lo que nos dicen o estar de acuerdo con todo. La lealtad permite el desacuerdo, que se puede y debe expresar a través del diálogo, incluso si este es muy intenso. También admite la crítica constructiva, la cual es esencial para mejorar, ya que nadie ni nada es perfecto.
Lo que la lealtad no admite es la crítica destructiva que no aporta nada, que resta en lugar de sumar, especialmente cuando se realiza a espaldas de quienes depositaron su confianza en nosotras y nosotros. Tampoco admite el doble juego ni hablar mal de personas con quienes poco tiempo antes, o incluso simultáneamente, se trataba con excesiva amabilidad, que en muchas ocasiones podía rayar en el servilismo.
La lealtad nunca podrá permitir la traición. Ser desleal y traicionar son algunos de los comportamientos más bajos y decepcionantes que las personas pueden exhibir. Contrario a lo que podría parecer, la traición revela a personas débiles y frustradas, pero con un gran anhelo de poder y soberbia, junto con la absurda convicción de que su comportamiento desleal les proporcionará lo que consideran que merecen.
La vida, siempre, sin excepción alguna, nos va a dar lo que es para nosotros, en el momento y lugar perfectos, así como con las modalidades más adecuadas.
No confíes en alguien que solo te busca cuando necesita algo, ni en quienes tienen sed de poder y de dinero, siendo este último uno de los principales instrumentos del poder. Tampoco confíes en quienes hablan mal de ti a tus espaldas, cuando no estás presente.
Quédate con quienes hablan bien de ti y te defienden, incluso cuando no estás y todos te están atacando. Esas son tus verdaderas personas. No te preocupes por los traidores; la vida se encargará de ellos.
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