Siempre han existido pero ahora son más, parecen plaga que está por todos lados, dicen saber de todo, opinan a diestra y siniestra, rara vez se quedan callados, presumen estar bien informados, se las dan de perdonavidas y sobre todo se distinguen por su falta de honestidad para reconocer su ignorancia. Su templo son las redes sociales y su evangelio la desinformación, son los todólogos.
Hoy como nunca antes la cantidad de información que circula en todas direcciones es abrumadora, a diario se multiplica, se alimenta de la facilidad de tener acceso a internet -y obviamente a las redes sociales- donde todos pueden opinar lo que sea y sin importar si es verdad o simple falsedad que pueda dañar a otros.
El éxito de ese bombardeo de información radica en hacernos creer que sabemos sobre cualquier tema y que es obligatorio opinar de ello a como dé lugar.
De esta manera se ha multiplicado la invasión de los todólogos, de quienes pretenden hacerse pasar por expertos -por ejemplo- en política, que no dejan títere con cabeza, que critican todo lo que pueden, que ofenden, juzgan, condenan o absuelven a cuanto personaje se les atraviesa en su mundo informativo, opinando con el hígado en la lengua y en los dedos al teclear.
Los todólogos son expertos en cualquier tema, desde la quiebra de AHMSA hasta Trump, de historia y farándula.
Pero eso sí, cuando los todólogos se equivocan, la riegan y se exhiben, fingen demencia, se ocultan y callan ante las evidencias.
Pero cuando otro es quien se equivoca montan en cólera y con todo sarcasmo lo exhiben, ofenden y denigran porque el mayor peligro y vergüenza a que está expuesto un todólogo es ser descubierto en su ignorancia y peor aún ser exhibido como mero improvisado, fantoche y mentiroso.
Para ser todólogo no es necesario haber estudiado una carrera, incluso, no es necesario haber estudiado nada, lo cual la convierte en una de las pocas profesiones ejercidas mayormente por los que poco o nada saben. La cuestión central de la todología es simple: hacerse notar.
No importa de qué se esté opinando, con o sin la presencia de argumentos o pruebas, se trata simple y sencillamente de decir algo con respecto a algo, y de ser posible tratar de que eso moleste a los demás porque esa es la única manera de saber que alguien lo va a ver y repetir ya que es un hecho que todos los usuarios de las redes sociales -en menor o mayor medida- les interesa tener mayor popularidad y aceptación del público.
Pero lo que sí es de preocuparse es cuando esos todólogos llegan a ocupar algún cargo público y del cual sus decisiones pueden afectar a terceros.
Son esos todólogos que van saltando de un cargo a otro sin el menor pudor de su ignorancia.
Sin duda el gran problema de la invasión de los fieles seguidores del culto de la todología no radica en lo que dicen o dejan de decir sino en la cantidad de incautos que les creen sin cuestionar, los siguen y, peor aún, repiten las barrabasadas sin el menor pudor porque lo importante es hablar sin decir, opinar sin pensar, sin conectar la lengua con el cerebro.
Y no solo las redes sociales están plagadas de todólogos, también en la radio y la TV a diario vemos y escuchamos a varios comentaristas opinar sobre temas que desconocen y que como perdonavidas juzgan y condenan sin dar la oportunidad de réplica en el momento oportuno y rara vez acceden al diálogo y al debate porque como todólogos se sienten con la suficiente autoridad moral para descalificar, difamar y linchar mediáticamente.
Decía Umberto Eco que “el drama de internet es que ha promovido al tonto del pueblo a nivel de portador de la verdad.
Las redes sociales le dan derecho de palabra a legiones de imbéciles que antes solo hablaban en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la colectividad; en seguida los callaban mientras que ahora tienen el mismo derecho de palabra que un premio Nobel”.
Por ello, los todólogos suelen ser más dañinos que cualquier epidemia, porque aunque presuman saber de todo, ignoran que hace más de 2,300 años un tal Sócrates dijo: “Yo solo sé que no sé nada”.
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